PESCA DEL CORONADO
Lorenzo Espinosa (La Habana)
[Mención del Concurso de texto informativo y
literario Cubanos de Pesca 2016]
Esta jornada la empiezo como casi
cualquier otra con el ruido de un despertador a las 2:00 de la mañana y un
tirón de la cama como si el mar se me fuera a escapar si me demoro un poco.
Luego de tirarme un poco de agua en la cara y tomar un poco de café, salgo al
patio de mi casa donde avisto en el firmamento la luna llena del mes de Marzo,
quien pone la noche como si fuera de día. Ya tengo lista la mochila con avíos y
anzuelos, siempre más de los necesarios por si alguna otra especie aparece de
improviso Algo así “como si fuera a pescar todo el mar de un solo golpe”.
Mochila al hombro, monto mi
pequeño bote de poli espuma sobre las ruedas que me ayudan a transportarlo,
tres cuadras abajo hasta el muro del capitalino hotel Comodoro en el municipio
Playa, donde recojo uno o dos sacos de piedras grandes según las calas que vaya
a tirar.
Luego de hacer los ajustes de
última hora, y poner cada carrete (yoyo) en su lugar correspondiente,
finalmente echo el corcho al agua y me siento en la parte de atrás con las
patas de rana puestas y los pies en el agua. Ya desde ahí mismo tirando las dos
poteras con forma de camarón para el calamar. Ya que no va a ser la primera vez
que de la misma orilla se pegue uno con su desesperado alón y su buen chorro de
tinta.
Parte de lo que queda de la noche
se la dedico a buscar el escurridizo chipirón costa arriba y costa abajo
sondeando aguas someras, en distancias que van desde la playita de 110 hasta el
acuario Nacional. Con los pies que no se sienten, entre el frío el cansancio y
las ligas de las patas de rana, siempre es bienvenida la emoción que causa el
toque de un calamar en la potera, a lo que sigue la rápida recogida del sedal
como una respuesta casi automática evitando que se desenganche la preciada captura.
Ya con cuatro o cinco calamares
que mantengo en el vivero de mi bote preparo el chumbo (montaje de dos o más
anzuelos en una línea con el plomo
abajo) para coger algún que otro bichito para montar en la cala.
Poco antes de los claros del
amanecer ya con los pies fuera del agua y habiéndome librado del cariñoso
abrazo de las patas de rana, apunto la proa mar adentro y comienzo a remar
dejando en cada brazada un pedazo de la fuerza que me va quedando hasta que diviso ya casi impaciente la marca
que indica que ya estoy encima del
descantilado, como se le dice aquí al lugar donde abruptamente el fondo va de
60 o 70 brazas hasta las 120 o 140.
Ahí empiezan los preparativos de
última hora como colocar indistintamente bichos (roncos y carajuelos) y
calamares en los respectivos anzuelos # 12 y amarrando en el quita vueltas de
abajo de la cala un fusilazo (sedal más fino con nudos, para que parta con menos
presión) al saco de piedras, que pongo
con cuidado en el agua previendo que no se enreden con nada los anzuelos con la
carnada que le preceden. Después de soltar nilón hasta que el saco llegue al
lejano fondo amarro una boya con una simple gasa para que sea fácil de zafar en
caso que salga algo, y le doy cuatro o
cinco brazas para amarrar el bote. Solo ahí me puedo tomar un descanso en la
lucha contra la devastadora corriente que se levanta en esa parte del litoral.
Descanso no muy largo antes de encarnar y soltar los avíos para la pesca al
vivo, con algún calamar chiquito que me quede en el vivero o algún jiniguano.
Y ahora sí. Recostar la espalda
sobre el poli espuma del bote trae esa sensación de que el alma vuelve a entrar
en tu cansado cuerpo.
Siempre atento a las marcas de la orilla fijándome
por las edificaciones, para saber si no me muevo del lugar, y alerta ante el
sonido de un carrete en su estrodo (tubitos en los laterales del bote), se puede tirar algún que otro pestañazo ya
con el sol acariciándote la piel. Y viendo a unos 100 metros más a la orilla a
los pescadores de sobacos en su faena cotidiana.
Es ahí sobre las 10:30 cuando me
doy cuenta que me estoy moviendo del
lugar. Cuando el sobresalto
seguido de la explosión de adrenalina que solo los pescadores conocemos, se combinan con la calma y la
experiencia y compruebo que la boya está marcando, acostada fuera del agua casi
completa, porque el fusilazo del saco que la mantenía vertical se partió, me
pongo las pates de rana y comienzo a buscar un poco más de profundidad, para
que el pescado no se enlaje o no me roce el nilón con el borde del canto y lo
vaya a perder. Solo ahí con una rapidez
extrema recojo todos los demás avíos que tengo en el agua para que no molesten
o se enreden, poniendo en su lugar el bichero amarrado con una cuerda al lado
mío y el cuchillo al otro lado.
Solo ahí empieza la lucha directa
hombre versus pez. Con cuidado desamarro el nilón del estrobo, le zafo la boya
y comienzo a trabajar al pez que se niega rotundamente a ser pescado. Con
fuertes tirones y sacudidas como si tuviera al mismísimo diablo enganchado del
anzuelo, voy recogiendo y soltando según
pida el susodicho. Una vez lejos del fondo empiezo a patear hacia la orilla
tratando de alejarme de un inminente ataque de tiburones, que pueden dejarte
sin captura en un abrir y cerrar de ojos.
Esperando el mínimo chance para recoger dos o tres vueltas en el carrete
antes de soltar dos o tres más, se va notando como va perdiendo potencia en
cada arrancada, quien ya casi se rinde ante una apremiante derrota.
Habiendo avistado al ejemplar y
comprobando que no se trate de un bien conocido e inigualable escualo, me
preparo bichero en mano para la estocada final, subiendo a bordo tan preciado
trofeo.
Luego solo queda remar hacia la
orilla, donde los pescadores de costa escaman el pescado con la vista y te
comen a preguntas como si de una entrevista se tratase.
Esta vez se trata del Coronado (Seriola Rivoliana) un
botín digno de cualquier pescador de altura Tanto por su talla como por la
larga lucha que ofrece a su captura.
Teniendo siempre en cuenta que es una especie con la que hay que tener
sumo cuidado por la tendencia a la ciguatera. Su corrida es entre marzo y abril, y corre mucho
mejor cuando es luna llena aunque no come de noche solo durante el día entre
las 7:00 am y las 11:00 am.
Aunque casi siempre pesco solo, si alguno se embulla no dude en
comunicarse.
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