PESCA DEPORTIVA Y MEDIO AMBIENTE

Cuando en el año 2001 la IGFA (Internacional Game Fish Association) entregó el Premio Conservación a un famoso torneo cubano de la aguja, marcamos el acontecimiento como una página relevante en la historia de la pesca deportiva cubana.

Más que el reconocimiento en sí mismo, y el respaldo que representa el prestigio de unos promotores a quienes durante casi siete décadas se les identifica como portadores de elevada deportividad y criterios científicos en el ordenamiento de la pesca amateur, con aquel premio los cubanos podíamos celebrar la legítima introducción en el vocabulario de los aficionados locales de términos tales como captura y suelta, marcar y soltar, pesca sin muerte…

La Habana, por increíble que pudiera parecer, soltaba los peces. Años antes, en 1998, sin exhortación foránea ni imposición oficial, en el embalse Hanabanilla se completaron tres sesiones de competencia de pesca de la lobina negra boquigrande –la trucha de los cubanos-, en la que 14 campeones nacionales y dos visitantes canadienses soltaron vivos los peces. Y lo mismo sucede –tiempo presente- en el certamen Zapatafly, inaugurado en 2006 y previsto para reeditarse en septiembre de este 2008.

¿Meros ejemplos? ¿Postales de celebración en ocasión del Día Mundial del Medio Ambiente? Puede pensarse, es muy cierto, en un escenario en el que aun faltan definiciones regulatorias que fijen el entorno preciso del deporte de la pesca sin que le adhieran funcionalidades que nada tienen que ver con cualquiera de los aspectos aceptados como parte natural del arte de las líneas y los anzuelos.

El verdadero pescador aficionado busca el esparcimiento, el empleo sano y generalmente activo del tiempo libre; compartir con la familia, creando vivencias comunes que ahonden los lazos del sentimiento; establecer puentes sociales con otras personas, expandiendo la personalidad y cohesionando las comunidades.

El verdadero pescador aficionado puede buscar la competitividad, pero nunca buscará que un carné de aficionado le sirva para justificar el transporte de una carga de pescado por las autopistas. No entenderá que el mismo documento permita a otros tener acceso a bordo de embarcaciones en las que realizar una faena de pesca con artes masivas, sean boyas legales o palangres y redes para quelonios que rechazan las regulaciones. Si la pesca artesanal va a ser una opción, que se defina y asuma como tal.

Mantener la confusión en estas materias no solo es poner en tela de juicio la tradición cubana en pesca deportiva, sino permitir una brecha en el control de recursos naturales que a estas alturas de la civilización son cada vez más valiosos.

Sorprendentemente, a la pesca deportiva en no pocos países le reconocen y aprovechan sus potencialidades mercantiles, como opción para un turismo foráneo y nacional, cuyos ingresos interesan lo mismo a entidades que gestionan destinos de gran categoría, que a comunidades cuyas opciones de supervivencia son escasas o han sido reducidas por alguna causa.

Quienes en la naturaleza hallan descanso y esparcimiento, tienen motivos para desear que perduren sus valores: sea la pesca, u otra actividad cualquiera al aire libre, lo sabio es tomar ese interés como herramienta para educarnos en la protección y el respeto al medio.

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