EL VERDADERO SPINNING
(Publicado por la revista Heraldo Deportivo, California, Estados Unidos de América; Año IX, No. 100, octubre de 2003, páginas 27 y 28)
Hay algunos que no consideran la pesca un deporte. Se lo pueden decir a usted mientras fusilan la pantalla del televisor con el aparatito inalámbrico de cambiar canales. Están buscando programas deportivos, de verdaderos deportes. Cuando hallan algo bueno, cambian el control channel por una cerveza o un cigarrillo y comienzan a fusilarse a sí mismos.
A nadie le aconsejaría que gastara demasiado tiempo en convencer a esas personas de que hay otras formas de hacer deporte. En verdad, tomar una caña y sentarse pacientemente a hacer algún tipo de pesca a la espera pudiera tener cierta semejanza con la postura y el grado de (in)actividad que disfruta un tele-atleta, pero eso es puro espejismo: tome la caña usted mismo y lo entenderá.
El experto E. Hemingway magnificaba siempre la pesca de agujas y decía que, para lidiar durante una hora con uno de esos peces de pico, convenía prepararse como para una pelea de boxeo a 10 asaltos. Es posible que usted no esté interesado en boxear 10 rounds cada fin de semana, así que hablemos de otro tema. De spinning, por ejemplo.
Pescar a spinning a lo largo de varios kilómetros de costa rocosa puede hacer trabajar los músculos. Si usted no lo tiene a mal, escoja orillas de fondos someros, en cuyas aguas eventualmente podrá sumergirse en busca de los depredadores que al amanecer cazan los cardúmenes de sardinas y otros pequeños peces de su dieta. Si entra al agua, cuide de no mojar el delicado mecanismo de su avío.
Para caminar sobre el afilado arrecife costero hay que tener el pie muy seguro, una vista de gavilán y una decisión de soldado de tropas élites. Una vez que se levanta el pie, éste tiene que ser colocado firmemente en una nueva arista, pues una caída suele ser un grave percance en tales sitios.
El pescador a spinning avanza, se detiene en un punto escogido de un golpe de vista y realiza una serie de lanzamientos en abanico. Sigue la mirada siempre al señuelo y su trayectoria de retorno en el agua. Los pies mantienen el equilibrio, a veces batidos por las olas, que bañan hasta el cuello al pescador. Puede que detrás del plug, el jig o la cuchara se arme una súbita revoltura, y venga enseguida una picada enérgica.
El pez que come temprano cerca de la orilla es un individuo alerta, agresivo, obsesionado por el instinto de asegurarse el alimento para todo el día sin la menor demora. Entonces él halla que un pecesillo medio loco se ha salido del cardumen y nada hacia la orilla. A ese inocente solitario y despavorido hay que atacarlo y, hecho, ahí está un ramillete de puntas de anzuelos para castigar al agresor.
Siente el pescador que su recogida es frenada violentamente, que la línea se estira y que la alarma del carrete comienza a quejarse con un zumbido agudo. Entonces levanta la caña y espera que concluya la larga, interminable, tensa y angustiosa primera corrida del pez anzolado.
Lo que sigue a continuación es el mejor momento de la pesca. Cuando el pez se detiene, el pescador recoge un tanto de línea, clava con fuerza y comienza el movimiento de bombeo, oscilando la caña adelante y atrás, mientras hace girar acompasadamente la manivela del carrete. Puede que su boca esté diciendo mientras tanto algunas palabras en el lenguaje de la calle, pero no vamos a repetirlas. El tendrá a veces que moverse apurado hacia un sitio apropiado para levantar al pez y realmente está muy tenso.
Si no ha sido un pez de fondo, que busque refugio en una cavidad rocosa, o una barracuda que corta la línea, u otro demasiado pesado y veloz, que la rompe, el animal será llevado a la orilla después de una sesión muy movida de corridas -caña en alto- y recobradas -bombeo contínuo-. Entonces se engancha el pez con el bichero, se coloca en la bolsa, se desanzuela y se vuelve a caminar sobre el duro arrecife, ahora que está saliendo el sol y quedan sólo ocho o nueve kilómetros para llegar al campamento.
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