LA CAÑA, QUÉ GRAN INVENTO
(Publicado por la revista Heraldo Deportivo, California, Estados Unidos de América; Año IX, No. 98, agosto de 2003, páginas 27 y 28)

Hace un par de meses decidimos pasar un fin de semana pescando el black bass en un pequeño lago cercano a casa. Como en aquellas aguas abundan otras especies como tilapias, sunfishes, carpas, anguilas y bagres, algunos aficionados los pescan con lombriz de tierra, usando una cómoda caña de bambú para cobrarlos, en lugar de los equipos de vara y carrete preferidos para la pesca con señuelo artificial.
Una caña de cierta longitud -cuatro a seis metros, por ejemplo- es muy conveniente cuando, para colocar el anzuelo en un sitio apropiado, hay que salvar una franja de vegetación de la orilla, empalizadas u otros obstáculos.
Algunos pescadores estaban metidos en el agua hasta algo más arriba de la cintura y en cierto momento la caña de uno de ellos formó un arco pronunciado. Era evidente que el hombre estaba poniendo cierta fuerza para mantener la tensión… y que del otro lado de la línea había un pez de talla algo más que regular, haciendo bien su trabajo para escapar a la trampa.
Cuando el pescador consideró que la presión inicial de su presa había sido dominada, inició un rítmico balanceo vertical de la caña, similar al bombeo que llevamos a cabo durante la acción de pesca con las técnicas de vara y carrete. La ventaja de estas últimas es que la mayor parte de las veces hay una buena reserva de línea en la bobina, lo que no sucede cuando se pesca con un trozo de monofilamento atado directamente al extremo de la caña. La flexibilidad de ésta, y el paciente y hábil trabajo del pescador le dieron el premio: una carpa de alrededor de cuatro libras.
Si simplemente el aficionado se hubiera decidido desde el principio por la fuerza bruta, tal vez el fino sedal no hubiera soportado el impacto de los tirones del pez, aun cuando su peso fuera inferior a la resistencia de aquel.
Las cañas están asociadas a los orígenes de la pesca como recreación o deporte. En el siglo XV, en tiempos de Juliana Bernes, que escribió uno de los primeros tratados conocidos acerca de la pesca deportiva, se usaban en Inglaterra aparejos de 14 pies, armados en dos piezas, cabo y puntero. Las maderas con las que se fabricaban debían cortarse y secarse al humo entre el día de San Miguel (29 de septiembre) y el de la Candelaria (2 de febrero). Dos centurias más adelante, en la época de Izaak Walton, las cañas se usaban aun más largas, hasta de 18 pies, y algunos imaginativos pescadores las empleaban para hacer sobrevolar saltamontes a tres o cuatro pulgadas sobre la superficie del agua para así capturar cierto chub, lo suficientemente atractivo como para que el escritor le dedicara dos capítulos de su The Compleat angler.
A mediados de la decada del 1930 en el malecón de La Habana se pescaba con larguísimas cañas de bambú chino. Salvador Pérez, un aficionado a la pesca y la navegación deportivas que escribía en la vieja revista FOTOS, aseguraba que las mejores de tales cañas llegaban a su país reforzando las estibas de sacos de arroz que los cubanos importaban directamente del continente asiático. Los pescadores las aparejaban con una firme línea de alambre y un anzuelo del número uno para pescar desde los arrecifes de la costa. Todavía algunos aficionados consideran que es un método muy productivo y entretenido de pescar. La producción comercial de varas de pesca comenzó en Estados Unidos alrededor de 1880, aunque con gran incertidumbre respecto a los materiales más idóneos. Años antes había comenzado la importación de bambú de Tonkín y otras partes de China, pero este material sólo llegó a convertirse en el más importante para este fin cuando se introdujo la tecnología del conformado en lascas, vigente hasta que bien pasada la mitad del siglo XX se consolidó el uso de fibras sintéticas.

No hay comentarios: