Vigésimo Torneo Incendio de Bayamo
¡POR TRUCHAS A LEONERO!
BITACORA. No 10, primavera 2002, p. 10

La competencia cubana de pesca de la lobina negra boquigrande pudo volver a su sede histórica y natural, un humedal de 6600 hectáreas.
Un tope para recordar, sin ausencias en la nómina y con indicadores de captura que rememoran los mejores momentos. La hora de la conservación.

Volvimos a la laguna de Leonero, y el XX Torneo Nacional de Pesca de la Trucha Incendio de Bayamo pudo celebrarse en el gran acuatorio natural, la sede histórica. Uno de los mejores sitios para comprobar en cuba cual es la picada real de la lobina negra boquigrande.

Este certamen surgió en 1983 como cita por invitación y poco a poco se impuso y llegó a sustituir, como máximo evento nacional de la especialidad, a otro encuentro que desde 1969 organizaba el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER). Aquel lo convocaban cada año en una sede distinta; este lo celebran siempre en Bayamo, Granma, y en el embalse de leonero, salvo imponderables.

Leonero es un estanque natural formado a partir de un grupo de pequeñas lagunas que un huracán famoso embolsó en una sola hace unas cuatro décadas, unión que el hombre reforzó a su conveniencia. Hoy día suman 6 600 hectáreas de espejo acuático, con profundidades desde menos de un metro hasta casi tres metros, notable cobertura vegetal
-hidrila en los fondos; ova de hojas redondas y delicada flor blanca, en superficie, y espesos cayos de macío a la deriva- más una rica fauna de aves y peces.

Hace pocos meses se ha creado allí un área protegida bajo la administración de la Empresa Nacional de Flora y Fauna. Por acuerdo entre esta entidad y la filial provincial de la Federación Cubana de Pesca Deportiva (FCPD) en Granma, que organiza el concurso Piscatorio, Leonero fue vedada durante los dos meses previos al certamen.

La medida estuvo a punto de fracasar, ante la inconcebible insistencia de algunos deportistas que clamaban por una excepción, pero logró mantenerse -¡alguien logró mantenerla!- y el resultado fue un torneo con un nivel de captura a la altura de su categoría nacional. Enrique Domínguez, presidente de la FCPD en la provincia, explicó que está en marcha una propuesta para que la pesca deportivo-recreativa se efectúe en esa
laguna sólo dos veces al mes, para disminuir a un mínimo razonable la presión de captura.

Tal y como muestran los resultados de la competencia nacional allí efectuada, la especie que en Cuba denominamos trucha -lobina negra boquigrande: Mycropterus salmoides- presenta allí un nivel de abundancia y calidad de los ejemplares que parece ser el mejor momento para conciliar intereses y proteger tan valioso sitio. Domínguez considera que tal ves sería razonable implantar un premio especial para la pesca en Leonero, tal como en otros países se acostumbra a hacer en los cotos de pesca. De cualquier manera se requiere control para que el disfrute tenga el necesario carácter sostenible que exige toda actividad de impacto en el medio natural.

Una resolución ministerial, coordinada por la vía de las comisiones consultivas de pesca en la provincia y la nación, podría dar carácter legal tanto a las propuestas de la federación deportiva como a medidas de talla mínima y límite de captura, también necesarios. En Leonero, además del boquigrande, hay buena población de la autóctona biajaca criolla (cichlasoma tetracanthum), que asimismo es importante conservar. La actividad acuícola extrae 400 toneladas de captura al año, dijeron a BITACORA los encargados del área protegida.

En competencia

Los 17 equipos reunidos en la ciudad de Bayamo representaban la nómina completa del torneo. Dijeron presente todas las provincias, las dos representaciones de la sede y el seleccionado campeón de la cita anterior. El programa incluyó como siempre el desfile de los competidores en los tradicionales coches por las animadas calles de la ciudad vieja, en tanto se adicionó la apertura de una exposición fotográfica y un homenaje público al fallecido pescador bayamés Gustavo Iglesias Pravia, quien por años alentó el concurso desde su responsabilidad de vicepresidente nacional de la FCPD.

Siempre hay un par de días para las bienvenidas, las ceremonias de apertura y el congresillo técnico, pero al fin llega el momento de pescar y en esas dos jornadas hay que madrugar. A las 3.00 am se llenan dos ómnibus con los competidores y el resto de la gente que está desesperada por llegar al agua. Se viaja hacia el noroeste a través de un paisaje que es sólo una oscura llanura sin detalles para los soñolientos pasajeros.

Nada es realmente notable en el transcurso de los 76 kilómetros de caminos buenos, regulares, malos y peores si llueve. Ahora no llovió y sólo una vez uno de los ómnibus se demoró un poquito. Pero de cualquier manera se llegó al embalse justo al amanecer y fue fascinante volver a ver la dilatada superficie de la cual se levantaban bandadas de patos como humaredas punteadas tras las cortinas de apretados macíos.

A las seis y media de la mañana, minuto más o menos, salieron a remo cada días los botes de los competidores. Los debutantes descubren un humedal de ensueño, para conducirse por el cual no existe otro mapa que el instinto de pescador, esa peligrosa brújula. Los repitentes van en busca de pesqueros con nombre: Los Atejes, Las Alzadas, Los Fongos, El Caimán, Los Italianos... Durante unas siete horas se ha de remar y lanzar señuelos al agua.

Lanza y recobra. Lanza y recobra. Lanza y recobra... Con la caña de spinning o la de baitcasting. Lombriz artificial o rapala; colores y diseños aparte, esa es la elección básica. En la lancha de la prensa, donde Alberto Acosta y Justo Rosales fueron atentos anfitriones del redactor y el fotógrafo, un raro pulpo negro y una especie de obeso gusarapo verde claro sacan del agua truchas de más de cuatro libras.

Los sitios más tentadores parecen ser los pequeños espacios limpios entre la abundante ova. Hay zonas profundas, extensas, entre la ova y los cayos de macío, donde pescamos a la deriva, empujados por la brisa, hasta que el bote se pega a las cintas verticales y apretadas de las hojas de la planta acuática y hay que alejarse en busca de otro lugar.

En sitios como esos, donde funcionan los señuelos de profundidad, deben de haberse sacado varias piezas de más de siete libras que el primer día fueron al pesaje. El récord oficial del torneo fue marcado en 10.00 libras en 1989 por Alfredo Durán y replicado al año siguiente por Juan Padrón. Hoy día está vigente un premio en metálico para quien capture una trucha que supere ese peso. Alberto Báez, de La Habana, estuvo cerca en este vigésimo torneo, con su pieza de 9 libras y siete onzas, que tiene el cuarto lugar entre las piezas de mayor talla en esta lid.

Desde que los botes retornaron al embarcadero al final de la misma primera jornada, para todos fue evidente que Leonero y el torneo cubano de la lobina boquigrande iban a completar de manera satisfactoria su vigésimo aniversario. En primer lugar la absoluta mayoría de los 34 competidores logró buena captura y casi la mitad del conjunto alcanzó desde el principio puntuaciones que los colocaban como muy posibles aspirantes a premios.

La trucha picaba en abundancia y se defendía con un vigor que desde hacía bastantes años no le encontraban los pescadores más asiduos. Marchan parejos varios equipos de punteros. Dos parejas llegan tarde en la jornada inaugural y hay que aplicarle la regla de la pérdida de un punto por minuto de tardanza.

Un punto es una libra. Cara le va a resultar la demora de cinco minutos a Samuel Yera y Elio Ravelo, capitalinos y favoritos, perdidos por un rato en el laberinto vegetal de Leonero. Con un pesaje efectivo de 53 libras y 9 onzas, el más alto del certamen, los cinco puntos perdidos enviaron a la representación de Ciudad de La Habana a un no premiado cuarto puesto.

En medio del Parque Céspedes de Bayamo, rodeados siempre de público, el pesaje oficial de la competencia confirmó las apreciaciones que se habían hecho al pie del agua. El balance global, de 519 libras y media, coloca la vigésima edición entre las más satisfactorias. Los estadísticos calcularon un peso promedio por ejemplar de 3.70 libras, el tercero en la historia del Incendio de Bayamo, a continuación del de 1985 (4.03 lb) y del de 1993 (3.75 lb).

En la competencia está normado de siempre que cada concursante sólo presentará a los jueces tres ejemplares por jornada, cuya talla mínima se estableció en no menos de 35 centímetros de longitud. Si fueron pesadas 140 truchas, es evidente que algunos de los competidores no alcanzaron el cupo.

¿Escasearon los peces? Para algunos, tal vez, pero no parece ser ese el caso de Yosvanis Cabrera, uno de los integrantes del equipo ganador, quien aseguró a BITACORA que las tres piezas de la primera jornada las había seleccionado entre ¡61 truchas! De entre dos y
Media y siete libras. Cabrera concluyó esa prueba con pesaje de 18 libras y 10 onzas. A bordo del bote de la prensa, tres pescadores trasegaron unas 80 piezas en dos días. Este redactor, que no está en la categoría nacional, cobró 10 ejemplares, el mayor de 4 libras y tres onzas. No se cuentan las que no subieron al bote.

Cabrera, por otra parte, fue el tercer hombre en la nómina de puntuación personal, con acumulado final de 29 libras y 13 onzas. Oficialmente fue superado por el camagüeyano Rolando Suárez (32.01), máximo acumulador individual de puntos por segundo año consecutivo, y por el tunero Emilio Claro (31.10). Junto a Yosvanis Cabrera pescó Jorge Avellé y entre ambos completaron los 51.10 puntos que dieron la victoria a Ciego de Avila.

Es la primera vez que esa provincia gana el trofeo Incendio de Bayamo. Granma, la sede, que siempre lleva al menos dos equipos, lo ha retenido siete veces, una de ellas con un seleccionado que representó al hotel Sierra Maestra. Camagüey tiene cuatro triunfos; Villa Clara, Las Tunas y Ciudad de La Habana acumulan dos cada una, y una vez ganaron también Holguín e Isla de la Juventud.

Con un torneo como el celebrado en enero del 2002, parece que ha sonado la hora de la conservación para Leonero. Especialistas turísticos se han percatado de los valores del sitio y de los atractivos del evento y no sería extraño que el futuro trajera resonancias internacionales. Ojalá sean para bien y los organizadores y campeones locales sean mañana los anfitriones de los competidores foráneos. Así sería justo.

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