Vida al aire libre
EL SUR
Firmado con el seudónimo de Manuel Balseiro

Más que un punto cardinal: así se identifica en la Isla de la Juventud toda una región de elevados valores naturales e históricos.
Territorio de leyendas y de aventuras, el Sur pinero cautiva lo mismo al senderista que al pescador deportivo, al científico o al aficionado a la naturaleza.

Tres sitios hay en el archipiélago cubano a los que el saber popular identifica con un término genérico pedido en préstamo a la geografía. De El Cabo dimos un tímido acercamiento en el artículo "Las Maravillas del Ocaso" (Mar y Pesca 322); de La Ciénaga -que es, y ninguna otra, la de Zapata- tal vez podamos escribir algún día. "El Sur", dicho sin más precisiones, sólo hay uno y es el de la Isla de la Juventud, antes Isla de Pinos.


"El Sur es una sola piedra", dijo rotundo a mediados del siglo XX un pinero que encontró en aquellas soledades de diente de perro y monte espeso el geógrafo Antonio Nuñez Jimenez. Andaba el sabio censando habitantes nacidos, criados y envejecidos sin médico, maestro y sin sacerdote; población mezcla de pescadores de Gran Caiman, carboneros españoles y cubanos desarraigados, como los demás, de poblaciones pobres y campos ajenos.


Escribió el eminente científico, cuya obra es divulgada hoy por la Fundación de la Naturaleza y el Hombre, en una revista Carteles de 1950:


El Sur es una comarca con individualidad propia, a pesar de formar parte de Isla de Pinos. En realidad, desde el punto de vista geológico, botánico y aun humano, Isla de Pinos está formada por dos verdaderas insulas. Tan es así que los habitantes de El Sur, cuando se refieren a la parte Norte dicen, por ejemplo: "Voy a la Isla de Pinos" o simplemente "Voy a la Isla", lo cual nos indica claramente esta división, que impuso la naturaleza fisiográfica al municipio de Isla de Pinos. En efecto, una pantanosa ciénaga, la de Lanier, separa ambas regiones pineras, comunicadas únicamente por un estrecho istmo conocido por Cayo Piedra y el rústico camino artificial de La Pasadita, formado por troncos sobre el traicionero lodo.


Hoy día todo el tránsito entre ambas regiones pineras ocurre por Cayo Piedra, donde una garita y la clásiga pértiga regulan el acceso a la parte meridional, atendida en conjunto como un área natural protegida. Durante un viaje efectuado en junio de1996, este redactor contó 15 nutridas bandadas de palomas cabeciblancas en menos de dos horas; además de tres venados, cruzaron el camino iguanas, jutías, puercos jíbaros y reses criadas en libertad. Tanta carne deambulando sin amparo atrae a los furtivos de siempre, lo que justifica en parte el estricto control de visitantes.


Desde Cayo Piedra es factible internarse en la región por dos caminos: uno se dirige a Punta del Este, donde existe uno de los radares meteorológicos más importantes del país para el seguimiento de los huracanes y una cueva donde se conservan las más famosas pictografías de la arqueología cubana.


Hacia el sur continúa otra senda, de la cual a los pocos kilómetros se desprende un ramal para entrar a Playa Larga, que posee 25 kilómetros de arenales apenas hollados por la planta de algunos hombres. El camino principal avanza cerca de la costa en dirección oeste, para alcanzar el faro Carapachibey y el poblado de Cocodrilo, únicos sitios de actividad humana en esta dilatada región.


El faro de Carapachibey tiene 56 metros de altura y es el más elevado del archipiélago cubano. A diferencia de otros faros del país, cuyo mecanismo es giratorio, una inmóvil bombilla rectilínea emite aquí un destello cada siete segundos y medio, controlada por un equipo electrónico. Muy cerca de la torre se halla la laguna de Alvariño, colmada de aves acuáticas y aun de peces, que allí sospechan que vienen del mar por algún pasaje subterráneo.


En Cocodrilo se hablaba inglés a mediados del siglo XX y el pueblo era llamado Jacksonville por sus 94 habitantes. Lo había fundado Moddril Jackson, venido de Gran Caimán en un bote tortuguero, y un hijo suyo era el líder de la comunidad cuando la visitó Antonio Núñez Jimenez; todavía hoy viven allí descendientes de los caimaneros, pero el lugar es un pueblo más de Cuba, con escuela, consultorio médico y un omnibus que viaja a diario a Nueva Gerona. Y por supuesto, se habla allí español.


Al oeste de Cocodrilo se localiza un parque nacional maritimo-terrestre de 17 400 hectáreas entre Punta Pedernales y Punta Francés. Es atendido por el centro internacional de buceo del Hotel Colony y ha sido sede de importantes certámenes de fotografía y vídeo subacuáticos. Desde 1997 recalan allí cruceristas que disfrutan de una atractiva oferta de senderismo, snorqueling y playa, más servicio gastronómico.

DE LA LEYENDA Y MAS ACA
La pesca recreativa es legendaria en aquella isla; se dice que uno de los pocos negocios basados en esta actividad estaba asentado allí en la boca del río Jucaro, donde un barco nombrado Lord Jim llevaba a turistas a pescar macabí a los bajos costeros. El Museo del Deporte de la ciudad de Nueva Gerona expone una fotografía que muestra a un puñado de competidores en un certamen de pesca de la barracuda organizado en 1906 por inmigrantes norteamericanos.


Allí implantó varios de sus records personales de pesca del sábalo el famoso pelotero Ted Williams e incluso el anuario 2000 de la International Game Fish Association, IGFA, menciona la abundante captura de palometa (permit, Trachinotus falcatus) que hace décadas descubrió en aguas de Isla de Pinos un famoso pescador nombrado A. J. McClane.


Mediada la década de los '80 pudo este redactor penetrar por primera vez el mítico Sur.
Fácil resultó entonces la elección, pues nadie más se interesaba en la emisora donde trabajaba por irse a aquellas soledades a hacerse desangrar por mosquitos o jejenes y a dejar la suela de los zapatos sobre el diente de perro, que es como llamamos los cubanos al terreno de roca cársica, desnuda, irregular y de filos voraces.


Las incomodidades anunciadas fueron muy poco precio a pagar por todo el deslumbramiento alcanzado ante las maravillas que se hallaron en la flora y la fauna de aquella zona. Peces de excelente talla, incluso un tiburón pequeño, nadaban y tomaban la carnada en un palmo de agua, a la vista golosa de quien tenía la línea en su mano. Tres gallegos (Caranx sp.) fueron cobrados una noche, pescando desde la orilla en el sitio conocido como Rincón de Guanal. Volver fue sueño acariciado por años.

DE VUELTA
Una invitación de la filial pinera de la Federación Cubana de Pesca Deportiva propició el retorno durante unos días del último febrero. Coincidió la visita con la llegada a territorio cubano del décimo frente frío de la temporada invernal, por lo que hubo que compartir espacio con la humedad y el viento, que batió la costa meridional de la Isla de la Juventud antes de girar al cuadrante norte y soplar sobre el Malecón habanero.


Cerca de treinta aficionados a la modalidad del lanzado ligero con avíos de spinning acudieron al encuentro fraternal y pasaron dos jornadas enviando hacia el oleaje lo mejor de la cartuchera, arriesgando el rapala milagroso sobre el cabezo a flor de agua o tentando bajo la espuma revuelta con el "pollito" de pelo de cabra teñido de amarillo, o el "plástico" cónico y transparente, o el calamar de vinilo. Pescando con convicción.


Batía la orilla el viento sudeste, haciendo peligrosa la estancia en el borde del arrecife. En el recuento del día habría anécdotas de caidas a causa del golpe de la ola y más de una empapada percápita. Se pescaba con una sensación de peligro, vigilando la trayectoria del señuelo cion un ojo y dejando el otro alerta para divisar a tiempo el bulto de agua que se venía encima como una amenaza.


Dentro de las caletas Lugo, Carapachibey y Jorobado se hizo toda la pesca. Abundó la rabirrubia y hubo algunas ensartas nutridas de cibíes, guatíveres, cajíes y pargos criollos.
Una barracuda de 16 libras, pescada por el local Martín Páez, fue la pieza mayor del tope. Los capitalinos José Alba, Luis Leyva y Carlos López liderearon la puntuación.


Certámenes de este tipo los realizan casi cada año en el sur pinero, un escenario de los mejores del país para la práctica de una modalidad que requiere amplio kilometraje de costas y abundancia de especies de corzo. Cuando el guarda ha bajado la pértiga en Cayo Piedra y el camino adelante concluye en casa, el sentimiento del que parte es sólo uno: volver a El Sur.

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