A vara y carrete (II y final)

EN LA COSTA
BITACORA. No 10, primavera 2002, p. 26
NOTA: Este artículo es la segunda parte de “El Spinning en Cuba” (BITACORA No. 9, INVIERNO 2001, PP. 20-23)


Los que pescan con carnada pueden anotar estos datos: En unas 18 horas, 15 miembros del Club de Pesca de La Lisa capturaron 307 piezas a spinning. El 72% fueron cibíes; el 17% rabirrubias. Hubo un aguají de 15 libras, una jiguagua de 10 y un pargo de 6. Todo con señuelo artificial

El pescador de spinning tiene siempre un ojo vigilante sobre el puntero de su vara. Si en un descuido este se rompe, él habrá perdido no sólo el dinero que invirtió, sino una herramienta que aprecia entre todas sus posesiones terrenales de la cual sólo se desprenderá para adquirir otra mejor. Pero incluso entonces él titubeará y se hará de rogar mucho antes de vender su vieja caña. Usted no será mirado con buenos ojos si, en un ómnibus atestado de pescadores, avíos, mochilas y otros tarecos, comete la torpeza de permitir que la manga de su camisa se enganche en el fino vástago terminal de una vara de spinning, Ojalá no pase nada.

Además de la vara y el carrete tan celosamente resguardados, el espinera cubano lleva a la cintura una pequeña cartera –carbonera o riñonera- repleta de sus señuelos infalibles. Una bolsa descomunal, de lona o tejidos de sacos de envasar granos, le cuelga del hombro, con un bichero que sobresale por su boca. En el fondo de esta jaba hay un orificio para evacuar el agua, si ella se inunda durante el vadeo, y es posible también que el pescador haya recordado colocar ahí dentro un frasco plástico lleno de agua congelada. Puede ser que ese sea todo su alimento durante cinco o diez horas, pues sólo algunos muy previsores sacrifican la ligereza de su equipo por llevar una merienda.

Cuando vamos de pesca con nuestros amigos del Club de Pesca Deportiva de La Lisa –un municipio al oeste de la capital-, algunos suelen dejar el vehículo en que viajamos hasta 10 kilómetros antes de llegar al campamento. Sin importar que al sol le falten una o dos horas para asomar, ellos se arriman a la orilla del mar y comienzan a tentar la suerte con señuelos que trabajan bien en la oscuridad.

Las costas para espinear están en su mayor parte formadas por antiguos arrecifes a poca altura sobre el agua; muy erosionados, filosos e irregulares, y para caminar sobre ellos hay que tener el pie muy seguro, una vista de gavilán y una decisión de soldado de tropas especiales. Una ves que se levanta el pie, éste tiene que ser colocado firmemente en una nueva arista, pues una caída pudiera ser un percatase muy grave, sobre todo en sitios solitarios, donde el auxilio médico podría estar a varios kilómetros de distancia.

LA TECNICA

El pescador a spinning avanza, se detiene en un punto escogido de un golpe de vista y realiza una serie de lanzamientos en abanico. Por dónde comenzar es una cuestión de estilo. Unos prefieren el tiro al centro y luego marcar las diagonales a derecha e izquierda; otros abren con un meticuloso barrido paralelo y muy pegado al rompiente de la orilla, cubriendo los 180 grados de uno a otro lado en tres o cinco lances sucesivos.

Sigue la vista siempre al señuelo y su trayectoria de retorno en el agua. Los pies mantienen el equilibrio, a veces batidos por las olas, que bañan hasta el cuello al pescador.

Puede que detrás del palo o la cuchara se arme una súbita revoltura, un aguaje en superficie, indicio de que por ese sitio hay que volver a pasar. Y se repite el lance, que muchas veces provoca la picada enérgica y el comienzo de una fuerte pelea.

Si los lances en ese puesto no tuvieron resultados, se avanza un tramo por la costa, saltando sobre las crispadas puntas del diente de perro o majando en las casimbas llenas de agua las botas fuertes que es obligatorio usar. Todo el tiempo la vista debe repartirse entre el peligroso terreno que se pisa y la superficie del mar, donde una mancha de sardinas puede estar siendo atacada a temprana hora por un depredador. Esas ocasiones hay que aprovecharlas, puesto que las presas que agraden suelen ser grandes.

El pez que come a esa hora cerca de la orilla suele ser un individuo alerta, agresivo que está obsesionado por el instinto de asegurarse el alimento para todo el día sin la menor demora. Entonces él halla que un pececito medio loco se ha salido del cardumen y nada hacia la orilla. A ese inocente solitario y despavorido hay que atacarlo y, hecho, ahí están varias puntas de anzuelos para castigar al agresor.

Siente el pescador que su recogida es frenada violentamente, que la línea se tensa y que la alarma del carrete comienza a quejarse con un zumbido agudo. Entonces levanta la caña y espera que concluya la larga, interminable, tensa y angustiosa primera corrida del pez anzolado.

Lo que sigue a continuación es el mejor momento de la pesca. Cuando el pez se detiene, el pescador recoge un tanto la línea, clava con fuerza y comienza el movimiento de bombeo, oscilando la caña adelante y atrás, mientras hace girar acompasadamente la manivela del carrete. Puede que su boca este diciendo mientras tanto algunas palabras en el español de la calle, pero no vamos a repetirlas. Él tendrá a veces que moverse apurado hacia un sitio apropiado para levantar al pez y realmente está muy tenso.

Si no ha sido un pez de fondo, que se enlaje en un refugio rocoso, o una barracuda que corta la línea, u otro demasiado pesado y veloz, que la rompe, el animal será llevado a la orilla después de una sesión muy movidas de corridas –caña en alto- y recobradas –bombeo continuo-. Entonces se engancha el pez en el bichero, se coloca en la bolsa, de desanzuela y se vuelve a caminar por el duro arrecife, ahora que está saliendo el sol y quedan sólo ocho o nueve kilómetros para llegar al campamento.

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