Crónica de un poblado pesquero
MEMORIA VIVA DE CABO CRUZ
Mar y Pesca, No 332, Marzo 2002, p. 16

Son más de 900 kilómetros desde la capital de la nación, pero si uno se decide a hacer el viaje seguramente quedará satisfecho. Depende de lo que uno busque, claro, porque Cabo Cruz es un lugar fascinante para los amantes de la naturaleza, para el pescador deportivo o para cualquiera que simplemente desee conocer el país en sus más diversos e íntimos contrastes.

Es uno de los tres extremos sobresalientes en el mapa de Cuba. Cristóbal Colón lo identificó en su viaje de 1494 con el nombre de Cabo de la Santa Cruz, pero dejó a la posteridad el trabajo de descubrirlo. Es un sitio distante, a 158 kilómetros de Bayamo, la ciudad capital de la provincia de Granma, pero hoy día no puede afirmarse que sea un lugar apartado.

La carretera que llega al pie del faro Vargas constituye la única calle del poblado; las casas son pequeñas, algunas de muy antigua mampostería y otras de madera, todas compartiendo espacio con la vegetación que se afinca sobre el suelo rocoso. Allí vive una comunidad de 536 cubanos, cuya principal fuente de empleo es la pesca marítima.

Hace más de medio siglo, en lugar de la actual estrecho vía asfaltada sólo existía un sendero montaraz por el que llegaban al poblado los vendedores de viandas con su mercancía estibada a lomo de bestias.

Emérido Figueredo Pérez, un anciano lugareño a quien entrevisté en 1994, decía: “La vida eterna la hacíamos de aquí a Niquero y si acaso alguna vez a Manzanillo. Cuando algún muchacho se enfermaba había que coger alguna lanchita de pesca para sacarlo. Médico no había. Había que ir a Niquero y por sacar una placa cobraban 40 pesos”.

El Cabo Cruz actual tiene un médico de la familia, una enfermera y una ambulancia. Hay buen índice de salud por la carencia de estrés y el buen hábito de consumir pescado.

EL DELEGADO

La principal fuente de empleo allí es la pesca marítima, que ocupa al 93% de la fuerza laboral del poblado. Una de las preocupaciones de la gente del lugar es la necesidad de empleo para los jóvenes que arriban a la edad laboral, pues la demanda de puestos de faena supera las posibilidades del sitio.

“Los hijos de los pescadores quieren ser pescadores”, comenta Juan Luis Riestra Figueredo, que allí delegado del Poder Popular y jefe de producción del establecimiento pesquero. Luego se queja que la mayoría de los muchachos no quiere seguir estudiando más allá del duodécimo grado e informa que seis jóvenes se forman como pescadores profesionales en un centro docente en la ciudad de Manzanillo para relevar a los que se jubilen en los años venideros. Pero la cifra de jóvenes desocupados es varias veces mayor.

La flota de pesca de Cabo Cruz está integrada por nueve barcos dedicados principalmente a la pesca de escama con redes de enmalle, nasas y dos corrales de cercos, y de pelágicos como la aguja y el emperador con palangre de deriva. “La situación económica del establecimiento es satisfactoria y estamos propuestos para centro vanguardia nacional del sindicato pesquero”, apunta el delegado y directivo de la entidad.

En cuanto a los aspectos comunitarios, Riestra subraya que el lugar ha sido objeto de una total transformación en el transcurso de las últimas cuatro décadas: “Hoy somos zona de referencia en la provincia Granma; tenemos en proyecto construir un poblado nuevo, con 87 viviendas, y probablemente sea esta la única circunscripción cubana que tenga asignado un carro para su trabajo”.

El delegado nos invita a visitar el Joven Club de Computación de Cabo Cruz. El local se encuentra en una de las amplias habitaciones de la vieja casona del faro, donde nos esperaban temprano los instructores Madelín Pérez y Alexei Hernández. Son jóvenes, bien preparados (formados por especialistas en computación de empresas de la propia cabecera municipal, Niquero) y enamorados y orgullosos de la labor que realizan.

No puedo evitar acordarme otra vez del viejo Emérito Figueredo; “Aquí la vida se convertía en trabajar nada más”. Una vez pusieron una escuela con un maestro al que le pagaban creo que veinte pesos al mes, pero fue ya a lo último”. Este Joven Club, con sus tres buenas computadoras y sus jóvenes instructores llena de ilusión a cualquiera, como si uno mismo hubiera estado allí viviendo esas viejas historias y de pronto se encontrara con que es posible vivir en ese sitio igual que se vive en cualquier otro de Cuba.

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