EXCURSIONES DE PESCA
BITACORA. No 10 primavera 2002, p. 46

El aficionado a la pesca es un perenne descubridor: más que los peces en la ensarta, son los paisajes y las nuevas vivencias en la naturaleza lo que parece buscar

La distancia es siempre un reto y aunque a pocos metros de casa tengamos un río, un buen embalse o la costa prometedora, es inevitable soñar con la aventura que nos depara un largo trayecto. Es como si la forma estrecha de la isla resultara como un sugerente camino que nos impulsara a andar y desandar el paisaje en cada momento que se justifique.

Sepa que no pocos clubes de pesca cubanos conquistan a los aficionados de sus localidades con viajes kilométricos de fin de semana, aunque suele ocurrir que tres o cuatros se reúnan y acuerden atravesar medio país sólo para conocer un ínfimo playazo o ensenada de la cual alguno de ellos escucho decir que los peces jamás han visto allí un anzuelo.

Lo primero que unos y otros han de asegurarse es la existencia de un medio de transporte. Tres de cada cinco ocasiones uno viajará sobre un camión de carga, pues abundan más y los chóferes de estos están más dispuestos a viajes largos y ponen menos reparo a las condiciones del camino. Los pescadores, por su parte, lo mismo emplean una bicicleta, que abordan un coche de caballos o una carreta: todo por llegar al agua.

Conseguir transporte es sólo el punto de partida para toda la carrera organizativa que antes del fin de semana debe ser resuelta por los excursionistas. Una de las misiones más inmediata es asegurar que las neveras se encuentren en buenas condiciones y prever donde se adquirirá el hielo para conservar toda la captura que sueña con realizar.

Una salida típica de pesca comienza el viernes por la noche, a una hora que posibilite llegar al lugar escogido antes del amanecer; la estancia durante todo el sábado y para el domingo, de manera que el retorno a la ciudad no sea demasiado tardío. Este esquema permite por ejemplo, alcanzar desde La Habana sitios no muy próximos, como Playa Girón, al sur de la provincia de Matanzas, y Cabo de San Antonio, en el extremo occidental del país, lo cual significa viajes en alrededor de 400 ó 600 kilómetros.

A veces, sobre todo en pequeños grupos, los pescadores llevarán una tienda de campaña y prepararán un campamento que podría servirles para muchos días, pero las más de las veces los excursionistas prefieren viajar ligeros, sobre todo cuando practican la modalidad de spinning, que requiere una constante movilidad a lo largo de dilatadas costas rocosas. Para dormir, una hamaca es más que suficiente, aunque no falta quien se echa en la arena, se cubre con un impermeable y hasta mañana.

Alguien del grupo tendrá que recordar el importante capítulo del agua potable y de la alimentación. No siempre es fácil conseguir una persona que se encargue de la cocina, pues absolutamente nadie quiere renunciar a su sesión de pesca, ni siquiera a cambio de realizar el viaje gratis. El menú, en cambio, es sencillo: arroz, pescado, alguna sopa concentrada, que puede ser enriquecida con pescado fresco: vianda, pescado, pan, café, refrescos, ¡ah!... y pescado.

Una de las excursiones más recientes en las que fueron invitados a participar el reportero y el fotógrafo de BITACORA, los llevó a un punto de la costa suroccidental de la isla nombrado La Furnia. Es un sitio interesante, donde una baja costa arenosa, territorio del mangle y la uva caleta, cambia para hacerse rocosa y, poco más adelante, levantarse en elevados farallones y hacerse admirablemente profunda junto a la misma orilla.

El punto geográfico más próximo a este lugar que aparece en los mapas es Cabo Francés, donde se levanta un pequeño faro justo donde la arena sede su lugar al arrecife. Hasta allí suman unos 250 kilómetros desde la capital, comenzando por la autopista A-4 y pasando, después de la ciudad de Pinar del Río, por poblados muy diversos como San Juan y Martínez, El Sábalo, Isabel Rubio y Cortés.

La estrecha carretera que sigue a partir del último pueblo se abandona por un camino costero en La Yana, donde el camino tiene forzar la vía entre los arbustos apretados que casi cierran el paso. Aparece el mar abatido por un sur que pone tonos ocres en el agua y amasijos de algas sobre la arena. Hay desaliento, pero algunos han venido preparados para todo y salen a aguas abiertas sobre neumáticos inflados. Traen peces: cibíes, pargos, barracudas, roncos, cochinos…

Los demás se dejan conquistar al cabo por el embrujo de la naturaleza y la tentación de conocer a fondo un sitio que otro día se puede presentar bajo condiciones propicias. La noche, libre de la plaga de jejenes y mosquitos que afortunadamente no pueden hacer frente al viento, es otro regalo para el amante de la vida al aire libre. Al amanecer del domingo se reintentará la pesca con renovadas esperanzas y la partida será ya una promesa de retorno.

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