EL FESTIVAL DEL CABALLEROTE
Por Alejandro Dacosta y Rivers
Mar y Pesca. No 335, Septiembre 2002, p. 36
En Isabela de Sagua, provincia de Villa Clara, el cuarto menguante de agosto marca el momento para la corrida de un apreciado pez de los mares cubanos.
Si tal comparación fuera posible, la pesca del caballerote sería como una carrera de obstáculos, la del pargo criollo, su afamado pariente, sería sólo levantamiento de pesas.
Probablemente sea el torneo más loco que este equipo de prensa haya cubierto en muchos años. Uno llega de madrugada a un pueblo dormido en la costa norte de Cuba, toca a la puerta de una casa y, bienvenido, encuentra cada habitación colmada de durmientes que serán mañana sus compañeros de competencia.
Isabela de Sagua es una península con tres hileras de manzanas de casas de viejos maderámenes, que se desbordan sobre la orilla de un mar de fondo somero, con el horizonte cerrado por la cayería. Viven allí unos tres mil habitantes, tal vez menos, pues este asentamiento humano disminuye y disminuye. Se va la gente, quien a Sagua la Grande, quien a Santa Clara o a La Habana, quien a otras partes.
Se lee en cierto libro que Isabela es un puerto, pero ningún barco de porte vimos fondeado o atracado a sus viejos muelles. La pesca es allí el único aliento: langosta, ostión y escama. Al último rubro contribuye tanto la flota estatal como los botes particulares matriculados en la Lista Tercera (comercial) y algunos de Lista Quinta (deportiva). Si llega al muelle pesquero, verá descargar por cajas la captura: pargos en una temporada, rabirrubias y biajaibas en otra, y a veces sierras y dorados, alguna cherna o aguají, o jureles de los que se pueden comer.
Despertamos en la cubierta de un barquichuelo deportivo, clamando por un chapín que nos lleve a tierra en busca del aseo y el café que reclama el cuerpo al amanecer. Danilo Rodríguez nos espera; nuestro anfitrión es el presidente de la filial municipal de la Federación Cubana de Pesca Deportiva en Sagua La Grande, que cuenta con dos mil cuarentiséis asociados.
"Torneo por invitación. Cuarta edición". "La idea surgió desde su participación en certámenes nacionales; se escogió el caballerote debido a que su pesca en corrida es una tradición en Isabela". "Han alcanzado hasta seis toneladas de captura en pruebas competitivas de 48 horas". "Sedal y anzuelo". "Comienzan en la mañana del viernes (hoy) y retornan a puerto al mediodía del domingo". Las anotaciones han aparecido en el pliego de papel que uso como agenda, en la medida en que lo hace posible la hiperquinesia de nuestro amigo.
No hubo congresillo técnico ni conocí personalmente a ninguno de los miembros del jurado, pero el ambiente competitivo era evidente y tangible en cuanto se halló uno en la zona de pesca.
ALLÁ VAMOS
El Adelfa tiene 25 pies de eslora, la cubierta pintada de verde y dos literas. Aparte del motor, los departamentos más importantes a bordo son el vivero y la nevera; no hay espacio para servicio sanitario en estos botes, lo que sirvió a un viejo exhibicionista de cierto barco para mostrar su trasero a toda una flotilla mar afuera. En la popa existe un auténtico puente de mando, transformable según las circunstancias en cocina o balcón de pesca. A bordo mandan Rigoberto Anoceto Ortega, El Chino, y Leonardo Marcet Bello.
Las aguas que navegamos pertenecen, en apropiada definición hidrográfica, a la bahía de Sagua la Grande. Los marinos nos señalan los cayos que la cierran: "Paloma, Marillanes, Cañete, Serón, Tumba la Olla y Enfermería". Entre los dos últimos se levanta la silueta de un viejo barco varado, prometedor criadero de jiguaguas que por esta vez no visitaremos.
En 35 minutos salimos a mar abierto por la pasa de Serón. Ahora los límites visuales de tierra son cayo Cristo, a sotavento, y la punta de Tío Pepe al Este. Cerca ya de las 12:30 aparecen de ese lado los cayuelos de Jutía, donde haremos la pesca esta noche, pero ahora es preciso buscar la carnada.
El caballerote (Lutjanus griseus) es un pez deportivo que se las trae. Como uno acostumbra a pescarlo desde la costa en la capital, cree saber algo acerca de él. Los ha visto de una a dos y media libras, pero el récord de este certamen alcanzó 3.7 kilogramos (8,14 libras) el año pasado. Su coloración va del gris oscuro al verde grisáceo, con tonalidades rojizas hacia la región ventral. En ocasiones es confundido con los juveniles de la especie cubera (L. cyanopterus).
Realizamos la primera recalada en la playa La Uva y de ahí nos movemos hacia Tío Pepe, acopiando mojarritas vivas con el chinchorro a lo largo de la costa. Como a los periodistas les gusta ese negocio, se tira uno al agua a trasladar los pecesitos en una caja plástica desde el copo del vivero hasta el barco, mientras el otro los recibe en la cubierta y los aloja en el vivero, en tanto vigila entre viaje y viaje el arroz que se cuece en el anafe.
Cuando patrón y marinero entienden que han acopiado suficiente carnada, el Adelfa se aleja de la costa del cayo en busca de aguas más frescas. "Hay que darle aire a la mojarra", dicen. Fondeamos a sotavento del cayuelo Lavandera, bello y tan aparentemente sencillo como un jardín japonés. Un solitario mangle yergue allí su verdor victorioso sobre una chapa caliza de color castaño-ocre, destacándose sobre el azul de postal de las aguas. Un puñado de arena blanca al costado invita a un desembarco coreado por aves marinas: un barrio limítrofe del paraíso o poco menos.
Orden del día: almuerzo suculento y sueño. Hay que estar en forma para la tarea de la noche. Otros barcos han llegado en busca de los peces chicos que tentarán a los grandes. Además de la mojarra, pueden usarse para el mismo fin el boquerón y la sardina. Cuando una tajada de luna anaranjada es parida por el horizonte, maniobra ya el Adelfa entre otros barcos que llegaron antes a la poza de Jutías.
Se echa la potala sobre un fondo de doce brazas y empuñamos los sedales de pesca. Cada hombre usará un sólo avío, no sólo porque esa es la regla del torneo, sino porque resulta poco práctico atender más de una línea durante la pesca en corridas. Usamos sedal de monofilamento de nailon de entre 40 y 60 libras de resistencia a la tracción, aparejado con plomada y anzuelo del número cuatro. ¿Grande? Preferible, si el pez traga todo el anzuelo hace difícil su extracción y sus agudos dientes son una amenaza. "Son una maquinita de coser", asegura El Chino.
En un cubo de agua fresca de mar vierta usted el contenido de un pequeño jamo que se introduce gentilmente por la boca del vivero de las mojarritas. Se toma una al tacto y se le ensarta pasándola dos veces por la punta del anzuelo, pero tratando de que no muera. Con un ligero y firme impulso lateral a la línea lastrada se le separa de la banda del bote y se la deja resbalar entre los dedos (use dedales de cuero u otro material flexible y resistente), hasta que un leve toque avisa que está en el fondo.
Una suave y no muy insistente picada viene a continuación. Cuando esto sucede, se ha de tirar de la línea con un halón seco, fuerte y alargado, para clavar la punta del anzuelo en la boca del pez. Si en este instante siente en la línea una tensión mayor que la que provocaría el peso sólo de la plomada y la carnada, y está convencido de que no ha enganchado el fondo, ¡tire usted rápido y seguido!
El caballerote viene arriba a la velocidad de un tren expreso y, si la línea se afloja, a él le bastará la mayoría de las veces con abrir su apretada boca para liberarse del anzuelo. No es aconsejable, por otra parte, dejarlo comer s su gusto, pues este primo del pargo criollo (L. analis) es capaz de llevarse la carnada sin tocar el anzuelo. Esto viene a caracterizar la pesca del caballerote como un acto de velocidad más agilidad, tal como una carrera de 110 metros con vallas. En comparación, capturar al tragón pargo es algo así como un levantamiento de pesas acuático: uno soporta a brazo firme la presión y los cabeceos y luego lo iza sin mayor resistencia de parte del animal.
Algo más de un centenar de piezas de entre una y tres libras se acumularon sobre la cubierta del Adelfa desde las dos y media de la madrugada hasta el amanecer. Luego comprobamos que eso es poco en comparación con las más de ocho cajas -de casi 100 libras de pescado cada una- que esa mañana pesó uno de los equipos a bordo de "la enviada" (el barco enviado para recibir la captura).
SEGUNDA JORNADA
"Para hallar la poza de Jutías tenemos dos marcas: cerrando -es decir, haciendo coincidir- la punta de Tío Pepe con el cayuelo de Jutía , o bien la punta de Boca Chica con el cayuelo de Monte Seco. O las dos, para mayor seguridad. Situados ya en la marca, sondeamos para ubicarnos en la profundidad de 10 a 12 brazas".
En fin, que volvimos al mismo pesquero, pero más temprano. Al mediodía de este segundo día de mar habíamos visitado otro sitio, Los Ramajales, un bajo de tres o cuatro brazas a la altura del cañón del Inglés. Allí se cogieron algunos caballerotes, se devolvió al agua una morena y se vieron algunas sierras excelentes, que no hacían caso a las carnadas. Hay, aparte de los visitados, otros pesqueros de relieve que no hubo ocasión de ver, como Boca de Sagua, El Cristo y El Triángulo de Tío Pepe.
Pasadas las nueve de la noche, batía molesta la marejada cuando fondeamos, ahora sobre las ocho brazas. Dice el patrón que el barco se bambolea tanto a causa de que el viento y la corriente están cruzados. Vuestro corresponsal saca malamente cuatro peces y faltaba bastante para ver aparecer la luna de la gran picada.
Algunos barcos se retiran cautamente, porque hay relámpagos detrás del faro de cayo La Vela, a unas 10 millas. A bordo, sólo un fotógrafo que andaba por allí insiste en mantenerse pescando, mientras los demás nos acomodamos hasta que el mar se ponga en orden. La turbonada no llega, en definitiva, mientras el colega saca caballerotes que da gusto. El redactor hace un lance de prueba y allá viene el primero. Quedamos 36 a 19 a favor del socio de la cámara. Más hicieron los dueños del barco, por supuesto.
Seguíamos en el asunto, ya con el día casi encima, cuando una barracuda me cobró de impuesto la mitad de mi pez número veinte. Le regalé, además, la otra mitad y un anzuelo, por falta de alambrada. Navegamos de retorno junto al cayo Jutía del Medio, rocoso y con una elevada duna arenosa sobre la cual crece espesa una franja de vegetación.
Pasamos asimismo el cayuelo Pelado, poco visible de lejos y vecino de una paila de hierro que quedó casi a flor de agua como resto de un naufragio, para desfondar allí a unos cuantos barquitos. Saludamos, en un precioso contraluz, nuestro refugio en el cayito Lavandera, y seguimos para finalmente irnos a nadar enlas aguas transparentes de la playa de Tío Pepe. Mucho mangle, algunas casuarinas y una esquilmado cocotero crecen en la orilla.
LA COMPETENCIA
Retornamos temprano a Isabela de Sagua a fin de presenciar el pesaje y conocer de primera mano los resultados oficiales del torneo. Una veintena de embarcaciones está participando en el certamen; unos por Lista Tercera y otros por Lista Quinta. Además de los competidores locales, están representados la provincia de Villa Clara y sus municipios Santa Clara, Sagua la Grande, Ranchuelo y Santo Domingo. Son visitantes, igualmente, los equipos capitalinos de La Lisa y Guanabacoa y el de la provincia de Cienfuegos.
Un par de horas demora la descarga, recepción, pesaje, conservar en hielo la captura y elaborar la estadística. El Contratiempo, de Sagua la Grande, pesó 813 kilogramos de caballerote. Los campeones pescaron en El Triángulo y se nombran Eugenio Díaz Negrín, Eugenio Díaz Valdés, Eduardo Rodriguez (Yayo) y Alejandro Díaz Morales.
El Odampiel, matriculado en Lista Tercera, llevó un equipo de deportistas de La Lisa (Ibrahim Borroto y Elio Ravelo, con los isabeleños Felipe S. Valdés y José Martínez) y desembarcó 761 kilogramos de peces. El tercer puesto en esta categoría fue del Mariela (561 kilogramos). Por la Lista Quinta accedieron a premios el Fabiola Diana, con 388 kilogramos: Adalberto Zamora, Carlos Zamora y Armando Wong, además del Jorge y el Brandy.
La captura total fue esta vez de 4.018 kilogramos. El premio a la pieza mayor fue para el aficionado Juan Orlando Pérez del municipio Santo Domingo, con un ejemplar de 3.51 kilogramos.
Sesenta horas en Isabela de Sagua suelen ser muy instructivas para el amante de la pesca y la naturaleza cubanas. Cautivan allí la belleza del paisaje en la cayería y la alegre hospitalidad de los pobladores. Al paso surgen interrogantes, algunas de tipo conservacionista. El torneo en sí, susceptible de algunos ajustes, tiene perfiles novedosos, pero es pronto para conclusiones.
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