EL MALECON DE LOS PESCADORES
BITACORA. No 7, verano 2001, p. 42


El Malecón es una avenida frente al mar. La portada de La Habana. Un sitio entrañable de los cubanos. Bueno para pescar.
Esta mañana contamos 34 pescadores a vara y carrete, sólo entre La Punta y el muelle de los cruceros. De La Punta hasta el Almendares, en dirección contraria, hay siete kilómetros de muro.

Lo vi el otro día: uno de los muchachos que pasan las mañanas pescando desde el muro sacó al fin una buena pieza. Hasta ese momento, nada más había escuchado los relatos de algunos de ellos -cuentos de pescadores-, pero solo había podido ver unos cuantos roncos, biajaibas, mojarras, en pequeñas ensartas, o algún pargo o gallego de regular tamaño, ya descamados y eviscerados.

El pez que vi pescar, con avío de vara y carrete, picó a mucha profundidad en el canal de entrada a la bahía de La Habana; peleó largo y profundo hasta ser visto cerca de la superficie, y aún soportó unos cuantos clavones innecesarios antes de dejarse conducir, todavía con mucha vitalidad, hasta el gancho del bichero. Fue un serrucho de 15 libras.

Romántico, cosmopolita, policromo, folklórico y hasta peligroso, el Malecón de La Habana es la avenida amada por los capitalinos, el sitio de encuentros amorosos, territorio de negocios ilícitos y finales de fiesta para alargar la noche hasta dejar seca una botella de ron. La última. Los pescadores calan de día y madrugada sus baterías de sedales y viven su aventura interior, ajenos a otra cosa que no sea el aviso sonoro del recipiente de lata con que marcan sus líneas.

PORTAL DE LA HABANA

Para los pescadores, el Malecón comienza en el litoral interior -sur- de la bahía, justo donde se topa con la alta construcción del muelle de los cruceros. Desde ahí se extiende hacia el oeste, bordea la achatada construcción del castillo de San Salvador de La Punta y se libera ya, frontero a aguas abiertas, a lo largo de siete kilómetros hasta finalizar en la boca de La Chorrera, salida al mar del emblemático río citadino Almendares. En el primer tramo descrito se nombra oficialmente Avenida del Puerto; en el segundo, Avenida Antonio Maceo. El Malecón.

Concluir esta obra demoró medio siglo. Los trabajos comenzaron en 1900, dicen que por razones de salubridad y ornato público; el primer tramo, hasta la calle Crespo, fue concluido en dos años. Varios gobiernos después, ya en 1919, el muro avanzó hasta la calle Belascoaín, preparándose para entrar en los terrenos limítrofes de la elegante barriada de El Vedado. Entonces rellenaron la caleta de San Lázaro, antigua cantera excavada por condenados a presidio en el siglo XIX.
Como el crecimiento urbano de la parte más moderna de la ciudad así lo requería, el muro continuó cerrando la costa hacia el oeste. En 1921 llegó al pie de un peñón donde se encuentra el Hotel Nacional; en 1930 topó con la amplia calle G de la opulenta barriada; veinte años después, en un impulso desde 1950 a 1954, lo llevan hasta la calle 12, y entre 1955-1958 concluyen la vía y la conectan con un túnel bajo el Almendares a la Quinta Avenida, nueva y más rica área residencial.

Los urbanistas elogian la belleza de la obra, pero lamentan que, al robar territorios al mar, éste tome venganza reclamando sus fueros en lo que hoy es pavimento, vivienda, piso y jardín del hombre. "...En la esquina de San Lázaro y Gervasio, la casa allí existente tenía
(antes de construirse el Malecón) un sótano que era un pesquero de mojarras", leo en una publicación de arquitectura de hace una década.

SITIOS DE PESCA

Un viejo conocido, llamado Salvador Pérez, nos contó que era un chico cuando alrededor de 1935 su padre lo llevaba de pesca al litoral de la ciudad. En algunos sitios quedan bordes de arrecifes sobre los cuales se acomodan todavía los pescadores de orilla; en otros se pesca directamente desde el muro. En aquella época se pescaba con línea de pita de algodón al revoleo o lanzado a mano, y con cañas de bambú aparejadas con una línea de alambre de bronce y anzuelo. La pesca era abundante y variada y el pescado no valía más que centavos en el mercado.

Una generación tras otra, sobre el muro se estrenan, se califican y se entrenan los pescadores deportistas de la ciudad. Allí hicieron aparición los primeros equipos de spinning empleados en Cuba y allí siguen los viejos y los nuevos dando vueltas a sus líneas lastradas con plomos y dejándolas salir como un cañonazo para buscar, lo más distante posible, el pez que ya no está tan pegado a la orilla. Puede ser el pargo de corrida, en verano; o el de arribazón, cuando soplan vientos invernales. O la jiguagua que persigue la mancha de sardinas y se coge con señuelo artificial. El muro da.

Todo el mar tiene peces, pero no toda la orilla es pesquero. Pesqueros son "La Punta" (por el castillo de ese nombre) y el "1830" (un restaurante en la orilla oriental de la boca del Almendares). Donde la calle Gervasio sale al Malecón se marca el pesquero de ese nombre:
en toda la extensión de unos 200 metros de orilla se ven a veces los aficionados, el tacto en los dedos sobre la línea en espera, y los lanzamientos y recobradas impacientes de los que usan la vara y el carrete.

Un viejito que conocimos en el Malecón, nombrado Jorge Gómez de la Maza y Rivero, nos dijo que otros pesqueros famosos eran "La Cueva del Tiburón" y "Donde Pusieron la Santa". Y luego comentó que nunca pescaba en un sitio allí cercano "porque eso es un botadero de agua cochina. Yo no me como una mojarra de ahí". Hace un gesto de desagrado con su cara arrugada, mientras termina de preparar unos roncos y biajaibas sobre el arrecife, limpiándolos de vísceras y escamas.

Además de esos pesqueros, pudimos averiguar que hay otros conocidos, cuyos nombres a veces coinciden con las calles de la ciudad que terminan -¿comienzan?- sobre ese tramo de costa. Como el de "Aguila", o el de "Galiano", u otros evidentes como "El Maine" (frente al monumento a un buque norteamericano que explotó en La Habana en 1898); hasta los que uno tendría que investigar -¿inventar?- por qué se llaman "El Cadalso", "El Yunque", "La Plana" y "El Bloque que se mueve".

ESPECIALIDADES DEL MURO

Los pescadores del Malecón son muy innovadores, sobre todo un grupo numeroso que anda siempre con sus varas de spinning, fuertes y de grandes carretes, con varios cientos de metros de nailon de 15, 20 y hasta 25 libras de resistencia, enrollados. Ellos tienen un método para pescar la sardina que consiste en atar una plomada, con un pequeño tramo de sedal y un nudo fácil de abrir, al anzuelo de su línea.

Así aparejados, lanzan a la mancha de los pequeños peces plateados y esquivos, dando bruscos tirones, hasta enganchar uno de ellos. Entonces lo sacan y, si no está herido en alguna parte vital -la cabeza o la columna vertebral-, retiran rápidamente el plomo y devuelven la sardina al agua. Esta carnada, errática por la puñalada del anzuelo, tentará a algún pez grande que ronde la mancha.

Una técnica más reciente es la hilaya. Se trata de una ristra, una serie de cuatro o cinco pollitos al extremo de la línea de la caña de spinning. Los pollitos son, simplemente, anzuelos muy chicos a los cuales visten con algunos pelos teñidos de amarillo. Este aparejo posee también un plomo para impulsar la línea en el lanzado. Se emplean principalmente para capturar otra carnada que se usará viva, el chicharro. Cuando un chicharro pica, el pescador lo deja correr un poco y es posible que así logre unas picadas más. Lo que sucede es que, al sentirse anzolado y nadar velozmente en una u otra dirección por escapar, los restantes pollitos de la hilaya se mueven también como pecesitos asustados del grande... y atraen otros chicharros.

En el Malecón se han realizado algunas competencias, organizadas por la filial provincial de la Federación Cubana de Pesca Deportiva (FCPD) en ciudad de La Habana. Fue muy vistosa en particular una celebrada en 1993, el primer Torneo Internacional y Popular de la Pesca de Orilla. Fue una idea de un pescador de Palma de Mallorca, que trajo a Cuba los primeros equipos de surfcasting vistos y empleados en el país.

Asistieron a esa cita 75 competidores, todos vistiendo un pulóver alegórico al certamen, lo que fue muy útil para que los jueces pudieran diferenciar a su grupo de todos los paseantes y mirones. Las reglas daban validez a peces de cualquier talla y el ganador presentó al jurado 38 agujones chicos. Los había cogido con una técnica del Malecón: anzuelo menor que el Nº. 1 de Mustad, recto, atado a un reinal de unos 50 centímetros y un flotador; luego la línea. Así lanzaba a la mancha de agujones y recobraba con pequeños tirones de la caña, haciendo que continuamente subiera a la superficie el pequeño filete de pescado blanco que le servía de carnada. Ellos picaban.

Ahora preferimos pescar en sitios distintos del Malecón. Pero cuando vivíamos ahí cerca y teníamos veinte metros de nailon enrollados en una lata de conservas, y éramos ricos si poseíamos más de tres anzuelos, perdimos algunas clases de aritmética por estar allí.

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