DESPEDIDA DE GUSTAVO
BITACORA. No 9, invierno 2001, p. 59
Ha muerto un hombre que tomó en serio el deporte de la pesca y
que durante cuatro décadas contribuyó como pocos a su organización.
La noticia nos vino al encuentro apenas iniciado agosto. Había dejado de existir Gustavo Iglesias Pravia. Tenía 67 años de edad y un marcapasos y había pocas personas de quien se pudiera aprender más acerca de la pesca deportiva cubana.
Durante muchos años, el lugar más seguro para encontrarse con él era un pequeño taller a orillas del río Almendares, muy cerca de donde desemboca al mar la emblemática corriente fluvial capitalina. Había en el local más piezas dispersas, virutas de metal y manchas de grasa polvorienta que en la mayoría de las redacciones donde uno se sienta a escribir, y ese era justamente el lugar donde cualquiera se sentía más a gusto para hablar de pesca.
De esa abigarrada escenografía salía de cuando en cuando un viejo carrete de pesca que volvía a girar como nuevo, o una caña con sus guías metálicas renovadas, un cabo con su flamante vestidura de fieltro y fantasías de hilos de color sobre el vástago.
Hubo una época en la que Gustavo llegó incluso a experimentar en la fabricación de cañas de pesca con fibra de vidrio y resinas, para dar respuesta a la necesidad de avíos que habían dejado de entrar al país y resultaban sumamente costosos ene el mercado internacional. Lo ensayó en 1974, con asesoría de un técnico húngaro en materiales sintéticos, y luego en 1985 puso en marcha por sí mismo una pequeña producción de varas de trolling y spinning.
Uno llegaba a sentir verdadera envidia cuando lo sorprendía en la fundición de señuelos de plástico suave. Había creado la mejor colección de moldes metálicos que cualquiera haya visto en Cuba y un inyector con un dispositivo eléctrico de calefacción para mantener la mezcla en la temperatura correcta.
Sus lombrices artificiales y "colitas", codiciadas por todos los aficionados a la vara y el carrete, llegaron a comercializarse en establecimientos deportivos y en cotos turísticos de pesca. Iglesias Pravia alentó el propósito de que sus producciones fueran asumidas, tras su jubilación, por la industria deportiva nacional; desarrolló incluso una ponencia respecto a las características de los diversos tipos de varas de pesca y los requerimientos para su fabricación.
Sin embargo, lo que pudo haber sido una significativa contribución para el país, tanto desde el punto de vista deportivo como en el sentido económico, no halló respaldo en su momento y sólo se materializó a escala de prototipos con el esfuerzo personal de Gustavo en su taller de la base náutica Dionisio San Román, donde laboró durante casi tres décadas hasta su jubilación en 1997.
A las habilidades técnicas de este apasionado pescador se debe también un aporte en el terreno de la medicina. El doctor Manuel Paniagua, destacado gastroenterologo e igualmente aficionado a la pesca, trajo del exterior la idea de introducir en Cuba un instrumento denominado "Equipo e dilatación esofágica de Eder-Puestow". Con un dibujo y algunas notas, puestos de acuerdo él y Gustavo, llegaron a fabricar una variante cubana de este implemento, utilizado luego en el tratamiento de decenas de casos y presentado en 1990 al evento Salud para Todos, donde los participantes en dicha racionalización, incluída una enfermera, fueron premiados por la alta dirección del país.
En los documentos oficiales con los cuales se tramitó en 1979 la legalización de la Federación Cubana de Pesca Deportiva (FCPD), aparecía el nombre de Gustavo Iglesias entre los fundadores. En el momento de su deceso, se mantenía activo como vicepresidente de esa asociación, a la cual aportó no solo conocimientos y experiencia, sino la seriedad en el desempeño de sus funciones.
Antes aun, cuando a principios de la década de los '60 se organizaba la pesca recreativa en una de las comisiones adscritas al naciente Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), ya Gustavo contribuía a sus afanes.
"Hubo una primera Comisión de Pesca que la dirigió Alesio Gessa, un hombre muy entusiasta y un amante de la pesca. Teníamos una oficina en el coliseo de la Ciudad Deportiva; allí se hicieron los primeros carné y se organizaron competencias de pesca de la biajaiba, el ronco, el sábalo, el tiburón y otras", contaba Gustavo.
Cuando el tiempo puso en sus manos la oportunidad de las decisiones, dejó en la memoria de muchos su competencia a la hora de redactar un reglamento, programar un torneo, servir de jurado o defender el derecho de los pescadores a la práctica de su deporte favorito.
Como Alesio Gessa, que había escrito sobre el tema para una vieja revista náutica y fundado antes de 1959 un club de esa modalidad de lanzado ligero, Gustavo Iglesias era un aficionado total al spinning. Su territorio de pesca, como el de muchos pioneros de esa técnica en Cuba, fue el Malecón de La Habana, en una época en que podía uno llegarse al muro litoral al amanecer y retornar a casa con una ensarta de pescado fresco y el tiempo justo para marchar al trabajo.
Interrogado acerca de sus preferencias deportivas, respondió en una ocasión: "Me gusta mucho la pesca de la aguja y también la del spinning marítimo. Este me gusta más que pasarme una noche desvelado, pescando a fondo en una embarcación. Para vivir la pesca, para divertirse, se pasa mejor pescando con vara y carrete de spinning a lo largo de la costa. Durante más de tres lustros, Gustavo Iglesias fue titular de un récord nacional de pesca con un dorado (Coryphaena hippurus) de 52,2 libras, capturado en 1978.
Nunca le preguntamos qué era para él la pesca deportiva, pero en las notas de una de nuestras viejas entrevistas hallamos lo que podría ser su respuesta: "Hay un trencito que va a Matanzas, el que le decimos el tren de Hershey, que si montas en él los domingos lo encuentras lleno de pescadores que van temprano hacia las presas y ríos que hay en ese trayecto. Ellos buscan la sombra de una mata, llevan algo de comida, ron y café si les gusta, y se pasan el día de lo mejor, haciendo cuentos y pescando".
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