TORNEO “TODOS ESTRELLAS” DE LA TRUCHA
PESCA SIN MUERTE EN HANABANILLA
MAR Y PESCA, No. 309, Junio 1998, pp. 24-25
Amanece en magníficos resplandores sobre el embalse. Desde donde uno espera la salida del sol para comenzar a tomar fotos, ve pasar la silueta de los pescadores, camino del muelle, con sus cañas de “spinning” y “bait casting” apretadas en el puño y su bolsa de avios colgada del hombro.
Hanabanilla es una represa de 17 kilómetros cuadrados de extensión, encajonado entre las montañas de Escambray, cuyas aguas son famosas desde hace dos décadas por la abundancia de la trucha. El verdadero nombre de ese pez es lobina negra boquigrande. En realidad casi nunca es negra, sino de un dorado con leve tinte verdoso y algunas manchas oscuras. Los norteamericanos la llaman black bass y, los científicos, Mycropterus salmoides. Los pescadores deportivos aman la fiereza de su picada.

Desde el hotel, pasando junto a la piscina de aguas gélidas a esta hora de la mañana, bajan los últimos competidores. Las lanchas ponen en línea las proas y el juez principal levanta una bandera roja. Las embarcaciones parten haciendo anchos surcos en el agua con sus motores fuera de borda y se pierden al instante, dispersa en los largos ramales del lago.

Cada mañana uno asiste con la misma expectativa al mismo espectáculo y queda siempre con la misma sensación de haber presenciado algo nuevo e irrepetible, hasta que aborda su propia embarcación y comienza a deslumbrarse por segunda vez al día, ahora con el verdor de las elevaciones que ve al pasar, el vuelo de los patos y el solitario gavilán pescador, o el equilibrio del campesino que siembra sus viandas en una ladera casi vertical

Salvo uno o dos de nosotros, que andamos de curiosos o periodistas, los demás han venido al Hanabanilla a competir. Se celebra el Primer Torneo Todos Estrellas de la Pesca del Bass o CUBAN ALL STAR BASS OPEN TOURNAMENT.

Hoy es cualquier día entre el seis, siete u ocho de marzo de 1998. Los competidores son los 10 cubanos mejor clasificados en el torneo nacional de pesca de la trucha de este año, cuatro antiguos campeones de reconocida trayectoria y dos profesionales canadienses.

Los rayos del sol todavía no tocan el agua cuando una lancha se acerca rauda al punto de pesaje que los jueces instalaron al medo del embalse, en el pontón donde se desembarca para ir a almorzar al restaurante Río Negro. El que llega es el canadiense Carlos Morse, con una boquigrande de cinco libras en el vivero. Comienza el conteo.

Navegamos luego por el curso del Guanayara, más tarde hacia Jíbacoa, en el extremo Sur del brazo principal el embalse, y a continuación buscamos en los vericuetos de El Nicho. Son pesqueros famosos allí. En cualquier parte hay una embarcación cuyos dos competidores hacen lances hacia la orilla con su caña o trocean a la suave marcha del motor a lo largo de los hondos cauces sumergidos, en busca de los grandes peces que viven en la profundidad.

DEPORTE Y ECOLOGISMO

De cuando en cuando pasa una embarcación, levantan una trucha, viva, para que el camarógrafo la filmen y la colocan luego en el vivero. Cuando llegan junto al oficial de pesaje, la miden rápidamente, la cuelgan con cuidado en la balanza y luego la ponen suavemente en el agua para que vuelva a su vida.

Hay que cuidar este pez, que hasta ahora no tuvo amigos, es foráneo, pero ya no es un intruso. El pescador deportivo quería siempre coger muchas; el furtivo, todavía más. El submarinista arponero las desea más grandes, pero se conforma con cualquiera. Y encima, caen en las redes y nadie se acuerda de que en los años ’60 se le repoblaba.

“Los juveniles de tilapia y las pandillas de solfishes se comen las crías de biajaca, de trucha, de ellos mismos y de cualquiera que le caiga cerca, pero el depredador es la trucha”, asevera con ironía un viejo guía del Hanabanilla.

Las reglas del Catch and Release (capturar y soltar) se aplica por primera vez en un certamen de pesca fluvial organizado por cubanos. Una iniciativa de la filial de la Federación Cubana de Pesca Deportiva en la provincia de Villa Clara, cuya influencia habrá que revelarse más tarde como un incentivo a la deportividad y a la educación ambiental del aficionado local. Y más prestigio internacional, para alentar al turismo en esta modalidad.

He calculado que durante el torneo en Hanabanilla se logró una supervivencia de alrededor del 80 por ciento. Este índice todavía puede mejorarse si se atiende que los viveros de las lanchas se encuentren en óptimo estado y se orienta a los pescadores acerca de cómo tratar al pez.

Durante el torneo hubo una actitud honesta en la aplicación de la regla de liberar vivo a los peces. Un precedente que marcará pautas en el futuro del deporte de la pesca en Cuba. La pesca sin muerte es necesaria si se quiere perpetuar el deporte y proteger la naturaleza.

FINAL DE COMPETENCIA

Cuando faltaba un par de horas para que los jueces dieran por última vez la orden de sacar los avios del agua, varias embarcaciones en competencia trataban afanosamente de levantar el pesaje final.

Las puntuaciones habían quedado de tal modo el segundo día, que cualquiera en un golpe de suerte podía llevarse el trofeo con un pez de buena talla. Una pareja de lanchas buscaba este objetivo con las líneas tendidas al curricán en lo profundo; otras dos exploraban la orilla “lanzamiento a lanzamiento”, con la esperanza puesta en alcanzar el cupo de piezas de la jornada.

Hubo un momento que se deseó contar con un lente gran angular para tomar de una vez toda la acción de pesca desarrollada en tres embarcaciones a la vez. Una levantó una buena pieza en el salabre y de inmediato desapareció en una estela espumosa..

La cuarta embarcación, algo alejada en su último recorrido de troleo, se detuvo en medio de las aguas y hubo a bordo la consabida agitación que acompaña el inicio de la acción de pesca. El pescador de proa estaba de pie y la caña formaba un arco pronunciado que sólo se debe a una pesada lobina que lucha en la profundidad por escapar.

En cuestión de minutos se había decidido el torneo. Samuel Yera, con el bass de 5 libras y 6 onzas que acababa de levantar, había completado una faena de 16,12 puntos en la cita, superando por estrecho margen de cinco onzas al novato Jesús González el competidor que había salido en estampida antes que él, seguro de llevar un triunfo en el vivero.

Con puntuación de 14 libras, el veterano Elio Ruiz ascendió a un honroso tercer puesto, reverdeciendo laureles de dos décadas atrás cuando ganó igual posición en el tope Cuba-USA de Laguna del Tesoro. El canadiense Carlos Morse acumuló para la cuarta posición y su tocayo el cubano Carlos Morales, conquistó el trofeo Corporación Cerámica, con un ejemplar de 7,3 libras, el mayor de la cita.

Un total de 46 ejemplares fueron cobrados, la quinta parte de estos con pesos superiores a las cinco libras. El año próximo estarán más crecidos.

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