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SECRETO PLACER EN LAS COSTAS CUBANAS
Prisma/79, Año 20, No 261-262/julio-agosto 1994

Cuando a los cubanos se les ocurre ponerse en movimiento para combatir el ocio, reponer energías y llenar de una manera atractiva el tiempo libre, son muchos los que toman los caminos del agua para dedicarse con toda pasión al antiquísimo deporte de la pesca. Las raíces de este oficio tienen que ver, naturalmente, con las características geográfica de la isla, larga y estrecha, en cuya total extensión las costas nunca quedan excesivamente distantes. A ello se suman miles de cayos donde la estancia podría ser difícil, pero sumamente productiva en cuanto a captura de peces, y aguas interiores con abundantes e interesantes especies.

COSTAS DE CINCO ESTRELLAS

Si tiene a mano un mapa de Cuba con las isobatas o curvas de profundidad de los fondos marinos marcadas, podrá apreciar un interesante fenómeno geográfico. En los lugares donde la plataforma submarina se retira hasta casi tocar la línea del litoral, la costa generalmente tiene características rocosas y resultan mayores las profundidades de las aguas adyacentes. Estas son las mejores para pescar desde la orilla y se localizan en ambas costas del extremo oriental de Cuba, en buena parte del litoral noroccidental (entre Punta Gobernadora y la península de Hicacos), al sur de la península de Guanahacabibes y de la Isla de la Juventud, y entre Bahía de Cochinos y el puerto de Casilda, en la costa meridional de la región central del país.

Son áreas sumamente ricas en peces deportivos y de gran atractivo paisajístico. Algunas quedarán tan próximas que sólo habrá que cruzar una avenida y ya tiene ante sí un mar formidable, como es el caso del Malecón de La Habana. Pero a otras tendrá que llegar necesariamente a pie por caminos no aptos para ruedas, con todo el material a cuestas. Existen también varios sitios fascinantes y poco frecuentados, salvo por unos pocos lugareños y algún raro amante de la naturaleza virgen. Cerca de la capital existen algunos puntos que gozan de cierto aprecio, como las desembocaduras de los ríos Baracoa, Mosquito y Guajaibón, al oeste, pero los mejores quedan en dirección contraría.

A la vista de la localidad de Santa Cruz del Norte, por ejemplo, unos altos acantilados gozan de la predilección de los pescadores que los nombran, precisamente, Piedra Alta. Más al oriente no puede discriminar gran parte de la costa, hasta llegar al río Canasí, a 665 kilómetros de La Habana, cuya desembocadura forma un abra perfectamente visible desde alta mar. Ahí comienza una de las más atractivas costas del occidente del país, que se extiende casi hasta la bahía de Matanzas.

El litoral se caracteriza en esa parte por elevadas terrazas y gran profundidad del agua. En algunos lugares de la línea costera se ha acumulado arena y crece la uva caleta, de sombra paradisíaca. Algo parecido lo encontramos al este de Playa Girón, al sur de Cienfuegos, entre la ciudad de ese nombre y la de Trinidad, y en otros puntos de las zonas que hemos mencionado, aunque los acantilados no suelen ser tan elevados ni tan profundas las aguas en todas partes.

EN CAMPAÑA

Bien, aquí estamos. Usted soportó la carga de un par de mochilas, hizo el viaje como pudo, sudó a gusto y toleró la ruda caricia de algunas plantas y ya le pican algunos insectos. Pero está alegre y animoso porque tiene frente a sí un mar nuevo, rizado y de puro azul. Escoja entonces un buen lugar para acampar, preferiblemente de lecho arenoso, y levante la tienda correctamente.

Sus amigos le ayudarán; uno irá en busca de agua, mientras otro puede acarrear y diseñar el área de cocina. Si alguno conoce mejor este medio, buscará algo de carnada por la costa: cangrejos de tierra o ermitaños –que aquí llamamos macaos- que son un verdadero manjar para los peces de fondo; ciguas, un molusco que vive en la línea de las mareas, o peces pequeños que cobrará con un sedal muy fino y un minúsculo anzuelo “mosca”. “Perfecto, ya estamos instalados”, exclaman todos. El sol comienza a caer a un lado del horizonte y es bueno tener todo listo antes del anochecer. Por lo pronto, reconozca la costa mientras se prepara algo de comer en la hoguera y un buen trago de café.

Al atardecer y luego del amanecer es perfecta la pesca al lanzado ligero. El spinning, empleando como señuelo un pececito de cabeza de plomo y cola de pelos de cabra que los cubanos llamamos “pollito”, por su color amarillo, ofrece gran resultado en estas costas. Muchas son las especies que se pueden cobrar con ese avio; los mismos peces de corzo, como cibíes, barracudas, pintadas y jiguaguas, que algunos de fondo -caballerotes y rabirrubias, por ejemplo- si uno tiene suficiente habilidad para profundizar el señuelo si dejarlo e adorno en un coral del fondo.

Algunos pescadores que conocen bien este negocio se proveen de un vivero pequeño y colocan en el peces para usarlos como carnada. Prefieren la sardina o el chicharro, que sueltan enganchados al anzuelo al extremo de un sedal de 22 ó 27 libras de resistencia, trabajado a mano o con una vara de spinning de acción fuerte. Con un poco de suerte, el saldo de la noche puede ser un peto, un serrucho o una sierra, aunque si aparece un sábalo o un tiburón usted tendrá un duro trabajo y yo le deseo muy buena suerte.

La mayor parte de la pesca de orilla en Cuba se realiza con sedal a mano. Para lanzarlo se emplea un carretel e madera torneada que facilita la salida del hilo y que en algunos países se le conoce con el nombre de yoyo cubano. Para carnada es común el empleo de postas de peces blancos, bandas de calamar, un pez entero: ronco, carajuelo, jiníguano u otro mayor. El día no es generalmente bueno para pescar en la costa, sobre todo cuando brilla el sol con demasiada intensidad en el verano, pero con esta técnica puede obtenerse algún resultado en el momento menos esperado. La línea puede prepararse con la plomada en un extremo y el anzuelo en un reinal, con plomo corredizo y sin lastre alguno, que es la llamada pesca al vuelo usada para la rabirrubia y el sobaco.

El pez que más aprecian del primero al último pescador de orilla es el pargo criollo (Lutjanus analias). Este viene en corridas de desove a la plataforma cubana en las lunas llenas de mayo, junio y julio, y arriba en manchas a buscar protección cerca del litoral cuando los vientos norte invernales revuelven furiosamente las aguas.

Uno puede permanecer en la costa unas horas, un par de días, una semana e incluso más. Acaban por olvidarse los dolores musculares que vienen después del viaje y la caminata -un amigo mío los llama el síndrome del segundo día- y las otras incomodidades, las picadas de insectos y cuanto uno haya dejado atrás de molesto en la vida cotidiana. Es una terapia fuerte no apta para temperamentos pusilánimes, pero si usted se adapta, cada lugar le dejará un recuerdo inconfundible, que vendrá a animarlo cada vez que el olor del salitre o el azul del mar le lleguen a los sentidos, para hacerlo volver en cuanto se sienta libre de obligaciones. No podrá resistirse.

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