En el centenario de un escritor

LOS PECES DE MR. HEMINGWAY
Mar y Pesca, No 316, Junio 1999, p. 15

De joven llamó a los científicos “esa gente misteriosa que cataloga los peces que pescamos”. Más tarde él mismo sería un colaborador de la ictiología.

A los 21 años de edad, Ernest Hemingway se refería a los ictiólogos como “esa gente misteriosa que cataloga los peces que pescamos”. El tono feriado de la frase funciona de forma eficaz como pivote para despertar la imaginación del lector no habituado a disquisiciones científicas, pues él mismo se adentra en ocasiones en el análisis de la biología de los peces a partir de observaciones propias y experiencia en el deporte de la pesca.

No es obra de la casualidad que al participar en la búsqueda de submarinos alemanes en las costas cubanas durante la Segunda Guerra Mundial, Hemingway camuflara su yate Pilar con un cartel que rezaba: AMERICAN MUSEUM NATURAL HISTORY. La realidad es que, en el verano de 1934 y a bordo de la embarcación, habían viajado en misión investigativa dos ictiólogos de Filadelfia y al año siguiente el propio novelista aportó abundante información acerca de la pesca de agujas en aguas de la Isla para el libro American Big Game Fishing.

UN RELATO IMPRESCINDIBLE

En las crónicas del año veinte, redactadas por Hemingway para el Star de Toronto, el joven reportero hacía referencia de manera casi exclusiva a la trucha. Probablemente el trabajo más completo de este período sea el titulado The Best Rainbow Trout at the World isa t the Canadian Soo, publicado el 28 de agosto de 1920. Las diferencias entre la trucha arco iris (Oncorhynchus mykiss) y la brook (Salvelinus fontinalis), son tratadas en este trabajo de manera atrayente para los amantes de la pesca deportiva.

El cuento que más ha impresionado a lectores y críticos del Premio Nobel de Literatura en 1954 es sin lugar a dudas El Gran Río de los Dos Corazones. El relato, cuya ficción se construye a partir de las vivencias del autor en el río Fox, de la Upper Península de Michigan, constituye un inventario muy bien estructurado de los recursos piscatorios usados por el joven Hemingway en aguas fluviales.

Con un avio de fly casting (pesca a la mosca), el protagonista de El gran río de los dos corazones se empeña en la captura de grandes truchas empleando como carnada saltamontes vivos. En ocasiones, el pescador deja que la línea sea sencillamente arrastrada por la corriente; en otras, coloca la carnada con habilidad bajo las ramas colgantes sobre el agua; o la lanza con eficacia a un punto preciso; o la hace derivar entre macizos de hierbas para introducirla magistralmente por un tronco hueco situado en la corriente. En todas partes había una trucha esperando.

Después de haber pasado de los tres a los 21 años de edad en los humedales casi vírgenes del norte de Michigan, Ernest Hemingway fue a Europa sintiéndose casi un maestro en la pesca fluvial. Las crónicas que remitía desde el Viejo Continente lo presentan como un experto pescador cosmopolita que en el mismo año podía darse el gusto de mojar los avios en el río Tambre español, el Ródano de Suiza y los arroyos de la Selva Negra alemana.

Las truchas europeas no le parecían gran cosa al muchacho americano: “Al pescador no le valen excusas si se le escapa una vez que ha mordido el anzuelo”, declara en un despacho que publica el Star de Toronto en el 10 de junio de 1922. Al año siguiente, sin embargo, relata que había aprendido de un campesino italiano el modo correcto de pescar con lombriz de tierra y el uso del gusano de madera como carnada para el verano.

Esto le parecía una sorprendente adquisición a alguien que había pasado su niñez pescando a 40 millas de los canales del Soo canadiense.

EL DESAFIO DEL MAR

El arribo a Key West, en la primera semana de abril de 1928, significó para Hemingway el encuentro con la pesca de los grandes peces oceánicos, algo que había intuido como una necesidad desde que apreciara los saltos de un atún de dos metros de longitud en la ría de Vigo, España, durante una escala de pocas horas en su primer viaje a Paris como enviado especial del periódico canadiense.

Al principio, en Key West, conducía un auto a lo largo de 20 millas para pescar en los puentes, los embarcaderos y el muelle del ferry en No Name Key. Allí capturaba desde la orilla pargos, roncos y algunos otros peces de mediana talla. Luego salió al mar con algunos amigos y logró dominar sábalos y barracudas con avio ligero y cobrar su primera aguja de abanico en Dry Tortuga.

Las excursiones a este islote, 65 millas al Oeste de Key West, se repitieron cada año hasta 1932, cuando comienza sus pesquerías en La Habana. El contacto con la costa noroccidental cubana representó el descubrimiento de la pesca mayor.

En esta fecha, no había transcurrido aun una década desde que el primer castero azul (Makaira nigricans) fuera capturado con avios deportivos en el Océano Atlántico, justamente a la altura de las costas habaneras.

Entonces se dedicaban a ese deporte unos cuantos pioneros y a la técnica le faltaba mucho por avanzar en cuanto a la eficacia de los avíos y el acondicionamiento de las embarcaciones.

Hemingway aportó abundante información acerca de las migraciones, reproducción y alimentación de los peces de pico en aguas cubanas, donde incluso implantó un récord nacional con un castero de 468 libras, que se mantuvo vigente desde 1933 hasta 1938.

Sus comentarios respecto al diferente comportamiento ante el anzuelo que muestran el lento castero azul (blue marlin) y el combativo castero barreado (striped marlin) coinciden con observaciones similares realizadas alrededor de 1850 por el eminente naturalista cubano don Felipe Poey. Ambos, el investigador y el pescador, con casi un siglo de diferencia, basaron sus criterios en los testimonios de los pescadores que se ganaban el sustento pescando agujas frente a las costas de Cuba.

DESCRIPCION EL PARGO CRIOLLO

Ernest Hemingway fue el primer pescador deportivo que logro embarcar un atún en Bahamas sin dar tiempo a que los tiburones despedazaran la pieza. En sus excursiones de verano a ese archipiélago, capturó también un castero de 542 libras y un tiburón dientuso de 780. Después de un día de agotador troleo en la Corriente del Golfo, uno de sus amigos aseguraba que podía irse a terminar la tarde pescando macabíes en los bajos de la cayería, y algunas noches acompañaba a sus hijos en la captura de pargos desde el muelle de Bimini.

Admiraba el escritor la veloz corrida que hace el peto al principio y final de su pelea y decía del dorado que es un bello y fuerte pez. Estas dos especies ocupaban, en el mismo orden, sus preferencias gastronómicas en materia de mariscos. En un comentario acerca de la ictiofauna cubana, Hemingway afirmó: “Los únicos peces que una vez capturados atacan a sus captores viciosa y premeditadamente (viciously and cold-headedly) son el tiburón mako, la morena y la cubera”.

Probablemente el dato que más ilustra su conocimiento de los peces del país sea su descripción del pargo criollo en el artículo Cuban Fishing. No sólo lo designa por su nombre en español y lo califica de “un esplendido pez deportivo y alimenticio”, sino que identifica las dos migraciones anuales de esta especie. De una de ellas, la de desove, anota que “cerca de Varadero y Cárdenas lo pescan alrededor del 24 de junio”. Esa fecha corresponde a San Juan Bautista en el santoral cristiano. Por eso los cubanos decimos que esa es la corrida del pargo sanjuanero. Mr. Hemingway lo sabía.

No hay comentarios: