NAVEGANDO CON SOLITARIOS
(Un viejo relato inédito, con fotos de René Calvo Castroman)

“Esta es la forma más criminal de perder un pescado”, fue lo único que atinó a decir Pilo cuando perdió de vista aquella aguja prieta de más de cuarenta libras, la primera que ese año hacía dispararse una línea desde la guía del outrigger. Tan rápida fue la escapada, que los más atentos a la cuestión de la pesca, en asientos de primera sobre la toldilla que da a popa, apenas vimos un reflejo violeta sobre el azul carbonífero de la Corriente del Golfo, al instante de avisar la chicharra del carrete, tomar Pilo la caña y clavar. Una secuencia compactada en un tiempo tan increíble, que la cámara fotográfica de Calvo, graduada a una milésima de segundo el disparo, permitió solo una imagen nítida del pez, de tres fotogramas impresionados.

Pedro González, o sea, Pilo, el patrón del Poco a Poco, se quedó con una cara de desconsuelo que no era para fotos, con la caña olvidada en una mano. Después de perder la aguja del día, es posible creer que otro buen pez vendrá, o beberse una cerveza al sol, o engañar el mareo mirando los muros pacíficos del Morro y la larga cuerda policroma del Malecón.
Este barco de 32 y medio pies tiene el folio 6685 en la lista 5ta del registro de buques del país. Por 1989 lo impulsaba un motor perkins de 82 caballos que le daba para 12 nudos. Lo recuerdo de un verde medio sucio, un barco que se movía bien en el agua y a bordo del cual había ese día un ambiente de crucero. Lo llamaron el Poco a Poco porque fue esa la manera en que pudieron construirlo, tabla a tabla. En Cojimar, su puerto, era una especie de barco de protocolo, a bordo del cual podía encontrarse un escritor famoso, como Onelio Jorge Cardoso; artistas de televisión, como los Woods, o periodistas, que se enganchan donde pueden para hacer lo que les mandan y alguna vez lo que les viene en ganas.

El día que me acuerdo era día de torneo y estábamos quince personas a bordo, contando a Serafín Varela y Maria Luisa del Valle, como si no estuvieran aburridos de andar solos por semanas en el océano, para encima echarse nueve horas en un barco lleno de gente. Ellos había salido en un velerito el 22 de enero de Santa Cruz de Tenerife y se pusieron en 23 días y medio en la María Galante, y de ahí hicieron la ruta Antigua-San Martín-Santiago de Cuba-Marea del Portillo-Pilón-Cabo Cruz y Cienfuegos. Querían estar hasta finales de año en Cuba y luego seguir su derrotero a bordo del Alba por Nicaragua-Costa Rica- torcer al Pacífico por el Canal de Panamá y seguir Polinesia-Melanesia-Australia-Madagascar-El Cabo doblando-Santa Elena o La Asunción-Brasil-Uruguay-Argentina-canal-Chile-Perú- Colombia-Panamá-Nicaragua y Cuba. Lo cual creían que iban a terminar por el año 1994 ó 1995. Todo un viaje, a lo que se ve.

Navegar, decía la joven pareja, es una forma de estar en contacto con la naturaleza, aprender de culturas que nos son distantes, saber de hechos históricos importantes, como son los casos de la revolución cubana y la nicaragüense. Y el contacto con la gente, el intercambio de criterios. “Tenemos nuestra opinión acerca de descubrimiento y colonización. Cualquier coincidencia con Colón es que él navegaba y nosotros también”.

En los cambios de tiempo es cuando se despliegan los conocimientos técnicos. La experiencia más dura que había tenido en este viaje fue a los 23 días de navegación, en la mañana del 15 de febrero mientras tratábamos de arribar a Petit Terre, un pequeño islote de las Antillas francesas, que posee un posee un pequeño canal de entrada y una bahía interior. El acceso fue muy difícil, porque el viento y la mar estaban encontrados; olas de tres a cuatro metros rompían y golpeaban el fondo, a la vez que luchaban con vientos de 20 a 25 nudos. Al cabo logramos salir de aquel peligro, arrastrados por el oleaje hasta veinte metros de la playa. Era la época en que todo el que venía a la mayor de las Antillas se consideraba en el deber de opinar acerca del país, o los periodistas siempre teníamos a mano la pregunta cuando de extranjeros se trataba, así fuera acabados de llegar, de modo que los tripulantes del Alba también lo hicieron: “De Cuba apreciamos los hechos fundamentales, que solo ellos justifican el hecho de la Revolución: la sanidad, que hemos constatado que llega a todos lados; el médico de la familia pasa todas las semanas casa a casa. Y la cuestión de la enseñanza, que llega a todos los niveles. En contrapartida, hemos detectado cierta burocratización, con todo lo que ella significa de nocivo, y debido a esto cierta apatía de la gente a denunciar ciertas cosas que se está sufriendo diariamente de bisne y mercado negro. Conocemos casos en casa de gentes que han ido ofreciendo productos escasos, como pollos envasados y pintura.

María Luisa, sentada en popa, cuenta su parte en el viaje. “Pasamos la noche haciendo turnos de guardia. Si vamos a cambiar velas, tratamos de que coincida con el cambio de turno. La comida es por latas. Mucha salsa, cebolla, patatas, col, naranjas. Comemos muchas ensaladas con aguacate. Aquí hallamos una carne enlatada muy buena, tomates, pimientos, sardinas, espinacas. En la cocina vamos a medias. El arroz y las pastas los cocinamos”.

-Los voladores los secas al sol y saben riquísimos.

-¿El qué?

- Los peces voladores, que caen a cubierta y... Los grandes. Te comes unos y otros los secas al sol y es exquisito. En Canarias nos robaron un perro que le encantaba comer las cabezas.

- Ya

María Luisa es madrileña y siempre le ha atraído el mar. “Me mareo hasta un par de días cuando dejo de navegar”, dice. En el Poco a Poco ha dado una demostración de esa cualidad y entonces, los que no estábamos en el secreto, ya sabemos por qué. Serafín se siente catalán, ha hecho toda la vida entre marinos y no se marea. “Bueno, solo una vez con mal tiempo”.

Durante la travesía leen muchísimo, juegan y practican el sextante. “Llevamos un satélite, pero la máquina falla y navegamos a sextante”. Para que entendamos mejor lo entretenido que es ese plan, la señora de a bordo plantea que a sus amigas les gustaría hacer lo mismo, pero a sus hermanas no les gusta “y a mi padre ni te cuento”. Ellos trabajan en el sector telefónico y ¿pueden creerme que al periodista se le olvidó preguntar si de Madrid o Barcelona? Nada, que cuando nos da por lo discretos.

El caso de la aguja, a cámara lenta
Navegábamos a la altura de La Habana del Este y sobre la una de la tarde salta la alarma en el cuqueador central, un engaño que se trae a remolque en la pesca de peces de pico al curricán, para que atraiga a los peces y poder cobrarlos con las líneas que llevan anzuelos y carnadas.

Como por arte de magia, todo el personal a bordo se puso en función del pez. Los visitantes, por fortuna, se hallaban encima del techo de la caseta del timonel, y perdieron así la oportunidad única de estorbar y tener la culpa de una aguja perdida, que es la peor de las salaciones que puede tener alguien en un barco de pesca. Todo fue demasiado rápido como para disfrutar una secuencia tipo “El Viejo y el Mar” de Spencer Tracy. Estando el animal casi al alcance del bichero, cruzó de banda bajo el barco, el sedal se enredó en la propela y a volar. Esa es la terminología técnica que usó el que manda a bordo y créanme, uno no está autorizado a interpretar las versiones oficiales de cualquier manera.

Uno de los marineros se lanza al agua -demostrando que también para escribir Islas en el Golfo Hemingway halló sus modelos en Cojimar-, trata de liberar la línea de monofilamento de nailon de las aspas de la hélice, pensado que la gran abanico había buscado el fondo, pero si la línea estaba en verdad trabada, en el extremo libre solo había desconsuelo. Ya se dijo: voló, con su abanico intensamente violeta.

“Un peje que estaba muerto”, plañe Pilo. “De risa”, dicen los implacables de abordo.

“Yo mandé a atravesar el barco y el compañero lo atravesó bien, pero el viento lo cambió”.

-¿Y si le hubiera dado máquina no hubiera sido mejor?

“Quizá”.

Los tripulantes del barco no perdonarían al redactor si no cuenta esta historia: Dice Pilo: “Estaba tirando caña en 1969...”. El redactor, que casi por la misma época estuvo involucrado en la Zafra de los 10 millones, puede explicarles que lo escrito en esa línea significa que el patrón del Poco a Poco estaba de boyero, conduciendo una carreta de bueyes cargada de caña de azúcar, para conducirla al sitio donde la muelen. Entonces dice Pilo que les pasa una rastra cargada de madera por el camino, y en la prisa del vehículo tres tablones bien escogidos caen como quien dice a los pies de los bueyes. “Regálamelos”, negoció alguien a cambio de no pensar más en el peligro que pasaron sus animalitos de tiro. Dos tablones eran de madera dura y uno de cedro, enseña Pilo la popa del barco. “Esta gente me fue trayendo lo demás”. Se refería a su tripulación.

Echa el patrón la mirada afuera. Estamos casi solos en esta parte de la corriente. Manda: “Enfílate a la costa. Cuando cambie el color del agua túmbate pa’ fuera”. Ya les dije que lo que dice el capitán no debe explicarse en palabras profanas. El periodista se descuelga de la toldilla y va a la popa, a ver si conversando con los navegantes solitarios españoles le sale una entrevista.

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