“Copito de Nieve”
LO DIVINO Y LO HUMANO DE SER ANIMADOR
Por Ismael León Almeida
Servicio especial
Más que alto, altísimo. Negro retinto, una dentadura descomunal y una capacidad inmensa de simpatía. Ese es “Copito de Nieve”, el animador turístico más admirado en Cayo Largo del Sur.
Montado en un par de patines que domina con vigor de adolescente, agita los brazos como alas de gaviota, pero fuera del escenario es serio y gentil. Habla de sus dos hijos con viril ternura, de su trabajo como cualquier trabajador y de su condición de militante de la ujotacé con no oculto orgullo.
Lo conocen cientos de personas de medio mundo porque es imposible no encontrarlo en Playa Sirena, la Taberna del Pirata o el aeropuerto del cayo. Anima perfectamente en cuatro idiomas y canta muy mal, pero la gente canta con él, baila con él y hace lo que él quiera.
Inescrutables son los caminos de la vocación y en estos se encontró a sí mismo este artista nato que hace poco más de dos años era un ingeniero químico enredado en fórmulas, parámetros tecnológicos y planes de producción.
Asegura que el descubrimiento de su semilla artística ocurrió durante una excursión por el río Neva, en la antigua Unión Soviética, cuando una guía turística preguntó a los pasajeros si querían conocer algo más de la explicación que acababa de darles. En la embarcación, los padres comían y bebían, las madres se ocupaban de los chiquillos y los chiquillos hacían lo de siempre, armar todo el barullo que podían.
Entonces, queriendo preguntar nunca llegó a recordar qué cosa, llama la atención de la guía y comienza a explicar:
-- Es que yo soy extranjero, sabe... No llegué a terminar lo que iba a decir. Los chiquillos abrieron tamaños ojos, las madres contuvieron la sonrisa con la mano disponible y, cuando algún padre guasón dijo “Ya, ya nos damos cuenta”, estalló la risa y yo sentí algo fascinante en estar en el centro de la atención del público.
La risa, claro, se debía a su obvia condición de extranjero, que proclamaba por el subido color de su piel, aún más resaltado por el sombrero y el sobretodo que elegantemente vestía.
Creció la semilla de sus dores carismáticas y, un día igual a otro cualquiera, pidió sencillamente la baja en la hilandería donde trabajaba y comenzó a correr su propia aventura personal en busca de la profesión que apenas había soñado.
Varadero, La Habana y ahora Cayo Largo del Sur han sido las plazas de su nuevo destino. Pero nadie piense que fue directo al escenario. Varias fueron sus ocupaciones, desde empleado de mantenimiento a camarero, hasta tomar el micrófono.
Fue animador en un idioma y, por necesidades de personal en los espectáculos, llegó a serlo en cuatro: inglés, francés, italiano y español.
Baila con una turista canadiense, pone a danzar a una pareja de alemanes que a lo mejor no se conocían entre sí e invita a cantar a un joven italiano. Crea en el ambiente una alegría natural.
Toma el micrófono y se mezcla con el grupo “Visión” en el montuno aquel de “El que siembra su maíz...”. Luego lanza por la amplificación su marca publicitaria:
-- ¡Sí, sí, sí! ¡Copito ya está aquí!
IL/

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